e o m . tierra . 5 . noviembre 2001            
                     
       
        e o m . tierra . 5 . noviembre 2001          
       

La cena

Justo Gil de Saro

       
       

 

   
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El hombre, traje gris, camisa blanca, corbata luminosa, zapatos italianos, lleva en la mano un maletín de piel de cocodrilo y camina seguro y elegante. Atraviesa la calle con porte ejecutivo y se dirige hacia la boca de metro más cercana. Baja las escaleras con sonido de claqué mirando las paredes decoradas con pintadas obscenas o tribales. Respira el aire caliente que se opone a su destino y busca en el bolsillo unas monedas para pagar el precio del billete. Son las ocho de la tarde.

- Recuerda que la cena es a las nueve y ya sabes cómo es Mima con sus cenas.

Introduce el billete en la ranura para acceder al andén, el metro llega con una sensación antigua, son muchos los años que han pasado sin entrar en este mundo subterráneo de caras ojerosas, olores corporales, miradas aburridas o espectrales. Sólo queda un asiento y consigue alcanzarlo, pero al sentarse, la altura de los ojos le ofrece la visión de unas piernas vigorosas bajo el azul de unos vaqueros ajustados al más mínimo contorno de la piel. Dirige la mirada hacia lo alto para encontrar un rostro que confirme la realidad de su visión y encuentra la mirada sonriente de un muchacho, de apenas veinte años, que provoca en el hombre una erección.

- Carlos... que la cena es a las nueve, en casa de Mima. ¿Quieres que te llame?

La mujer que ocupa el asiento situado delante del hombre se levanta, se estira la falda sin delicadeza y recoge las bolsas de la compra. El metro se detiene y la mujer se marcha. El muchacho se sienta frente al hombre y el hombre rehusa la mirada para dirigirla hacia el maletín que le cubre las piernas, poco a poco, levanta la cabeza hasta que sus ojos alcanzan la imagen del fuerte pecho del muchacho, bajo la camiseta. Lo puede ver sin ropa, lo puede ver desnudo, allí, sentado, sus pezones pequeños, definidos, dibujados; su vello suave que desciende triangular hacia el vientre, como un reloj de arena cuya base...

Ahora mira el reloj, mira el cristal de la ventana, mira el suelo gris oscuro y las paredes gris claro y su traje gris y nada mira, sólo siente la sangre golpeando su casi oculto y enrojecido rostro.

Mima está sentada y se contempla en el espejo. Un herpe inoportuno le deforma la base del labio inferior junto a la comisura derecha de la boca. Ha intentado disimularlo con una base de maquillaje, pero la sombra es evidente, el pintalabios tampoco puede cubrir la superficie deforme de la calentura. Se oye el ruido de copas y cubiertos en el piso inferior.

- Las ocho y media, y esa mierda en el labio, y mi hermana y mi cuñado pueden llegar en cualquier momento, y ¿qué hago yo? Mierda de herpe y mierda de cena.

Tiene ganas de llorar y el tiempo pasa, quisiera anular el compromiso, pero es tarde.

- ¡Se podrían morir!

El muchacho se levanta. Carlos sale corriendo cuando las puertas ya se están cerrando, va tras él, no es su parada. Ahora intenta pensar, mira el reloj, contempla las nalgas del muchacho, mira, pero no ve más que una figura que se aleja. Aprieta el paso, ahora se detiene, vuelve a caminar con prisa, lo persigue.

La luz de las farolas brilla sobre el suelo, han caído unas gotas y parece que volverá a llover, la brisa es fría. El muchacho camina deprisa y Carlos casi corre detrás. Se detienen en el semáforo. El muchacho sonríe, sonríe, sonríe...

El hombre quisiera decir algo, cogerlo por el brazo, preguntarle... ¿Qué?

La gente cruza la calle y Carlos piensa en su mujer, en su hija, que podría ser la novia del muchacho, en el muchacho desnudo y en sus brazos de tenista. Ahora corre, por fin, corre con prisa, cruza la calle y, de pronto, siente un golpe seco. Como un muñeco de trapo su cuerpo salta por encima de un automóvil negro, ve las luces girar, el cocodrilo vuela por el aire y, al estrellarse contra el suelo, se abre como una boca desencajada que vomita papel.

Sobre el asfalto, el hombre yace en sangre, morirá antes de que llegue una ambulancia.

Mima mira el reloj, ya son las nueve, ha llegado su hija con un muchacho de apenas veinte años, camiseta ajustada, vaqueros casi indecorosos.

- Juventud... ¡qué descaro!, presentarse a cenar con esa pinta, y yo con esta boca, ¡qué va a decir mi hermana!

Ilustración de Antoni Cortadella

 

 

 

 

 

 

 

   
             
             
             
       

 

     
 

Justo Gil de Saro

Es Justo Gil de Saro y escribe, escribe, escribe.

 

 
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