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El
hombre, traje gris, camisa blanca, corbata luminosa, zapatos italianos,
lleva en la mano un maletín de piel de cocodrilo y camina seguro
y elegante. Atraviesa la calle con porte ejecutivo y se dirige hacia
la boca de metro más cercana. Baja las escaleras con sonido de
claqué mirando las paredes decoradas con pintadas obscenas o
tribales. Respira el aire caliente que se opone a su destino y busca
en el bolsillo unas monedas para pagar el precio del billete. Son las
ocho de la tarde.
- Recuerda que la cena es a las nueve y ya sabes cómo es Mima
con sus cenas.
Introduce el billete en la ranura para acceder al andén, el metro
llega con una sensación antigua, son muchos los años que
han pasado sin entrar en este mundo subterráneo de caras ojerosas,
olores corporales, miradas aburridas o espectrales. Sólo queda
un asiento y consigue alcanzarlo, pero al sentarse, la altura de los
ojos le ofrece la visión de unas piernas vigorosas bajo el azul
de unos vaqueros ajustados al más mínimo contorno de la
piel. Dirige la mirada hacia lo alto para encontrar un rostro que confirme
la realidad de su visión y encuentra la mirada sonriente de un
muchacho, de apenas veinte años, que provoca en el hombre una
erección.
- Carlos... que la cena es a las nueve, en casa de Mima. ¿Quieres
que te llame?
La mujer que ocupa el asiento situado delante del hombre se levanta,
se estira la falda sin delicadeza y recoge las bolsas de la compra.
El metro se detiene y la mujer se marcha. El muchacho se sienta frente
al hombre y el hombre rehusa la mirada para dirigirla hacia el maletín
que le cubre las piernas, poco a poco, levanta la cabeza hasta que sus
ojos alcanzan la imagen del fuerte pecho del muchacho, bajo la camiseta.
Lo puede ver sin ropa, lo puede ver desnudo, allí, sentado, sus
pezones pequeños, definidos, dibujados; su vello suave que desciende
triangular hacia el vientre, como un reloj de arena cuya base...
Ahora mira el reloj, mira el cristal de la ventana, mira el suelo gris
oscuro y las paredes gris claro y su traje gris y nada mira, sólo
siente la sangre golpeando su casi oculto y enrojecido rostro.
Mima está sentada y se contempla en el espejo. Un herpe inoportuno
le deforma la base del labio inferior junto a la comisura derecha de
la boca. Ha intentado disimularlo con una base de maquillaje, pero la
sombra es evidente, el pintalabios tampoco puede cubrir la superficie
deforme de la calentura. Se oye el ruido de copas y cubiertos en el
piso inferior.
-
Las ocho y media, y esa mierda en el labio, y mi hermana y mi cuñado
pueden llegar en cualquier momento, y ¿qué hago yo? Mierda
de herpe y mierda de cena.
Tiene ganas de llorar y el tiempo pasa, quisiera anular el compromiso,
pero es tarde.
- ¡Se podrían morir!
El muchacho se levanta. Carlos sale corriendo cuando las puertas ya
se están cerrando, va tras él, no es su parada. Ahora
intenta pensar, mira el reloj, contempla las nalgas del muchacho, mira,
pero no ve más que una figura que se aleja. Aprieta el paso,
ahora se detiene, vuelve a caminar con prisa, lo persigue.
La luz de las farolas brilla sobre el suelo, han caído unas gotas
y parece que volverá a llover, la brisa es fría. El muchacho
camina deprisa y Carlos casi corre detrás. Se detienen en el
semáforo. El muchacho sonríe, sonríe, sonríe...
El hombre quisiera decir algo, cogerlo por el brazo, preguntarle...
¿Qué?
La gente cruza la calle y Carlos piensa en su mujer, en su hija, que
podría ser la novia del muchacho, en el muchacho desnudo y en
sus brazos de tenista. Ahora corre, por fin, corre con prisa, cruza
la calle y, de pronto, siente un golpe seco. Como un muñeco de
trapo su cuerpo salta por encima de un automóvil negro, ve las
luces girar, el cocodrilo vuela por el aire y, al estrellarse contra
el suelo, se abre como una boca desencajada que vomita papel.
Sobre
el asfalto, el hombre yace en sangre, morirá antes de que llegue
una ambulancia.
Mima mira el reloj, ya son las nueve, ha llegado su hija con un muchacho
de apenas veinte años, camiseta ajustada, vaqueros casi indecorosos.
- Juventud... ¡qué descaro!, presentarse a cenar con esa
pinta, y yo con esta boca, ¡qué va a decir mi hermana!
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