e o m . tierra . 4 . octubre 2001            
                     
                       
        e o m . tierra . 4 . octubre 2001          
         

R e l e y e n d o
La Isla
del Tesoro

Amparo Arróspide

       
       
Robert Louis Stevenson
Robert Louis Stevenson
Robert Louis Stevenson
Robert Louis Stevenson

 

   
         

 

"Quince hombres van en el cofre del muerto,
¡ja, ja, ja, y una botella de ron!
El diablo y el ron se llevaron el resto,
¡ja, ja,ja, y una botella de ron!"

   
                       
       

 

Supongámonos en un escenario medievalizado, estilo teatro filmado con Sir Lawrence Olivier interpretando personaje de Shakespeare, pero no está el actor, y se va
a representar una obra supuestamente ambientada en la antigua Grecia, la de los dioses. Escasean los seres humanos.

Supongamos que "la verdad" es uno de los nombres usados para designar la (legendaria) acción de abrir la Caja de Pandora.

Regalo súbitamente avieso: los males , la adversidad, las enfermedades y las plagas acechan como espíritus embrionarios y le saltan a la cara al primer (o segundo) hombre que se acerca a Pandora, que sostiene la caja antes de abrir la tapa, sobre el suelo, arrodillada sobre la tierra con la caja en el suelo, mujer de gran belleza (Pandora).

Imaginemos la gran belleza (exterior) de esa caja, o cofre.

Entre las plagas que, al abrirse la caja, surgen: la depresión del siglo XXI, epidémica entre los países ricos, desarrollados, occidentalizados o japonizados. Presas de la Depresión, ricos, ricos nuestros hijos en los hipermercados del lujo y de la abundancia: hallamos aquí los tesoros ocultos de nuestros cuentos de hadas, por ejemplo, y los de las mil y una noches, personajes de libros de aventuras: el tesoro de la Isla y sus piratas, en la prosperidad fabricada en serie que se ofrece a nuestros cinco sentidos, abierta (aunque existan los vigilantes de seguridad) 24 horas al día, todos los días del año. Nuestro tesoro capitalista.

Templos de la abundancia, nuestros supermercados y centros comerciales, nuestro pequeño comercio interior (consumo). Y para colmo, al alcance de las masas, que ya han vivido su revolución: tesoro que se obtiene sólo con mirarlo, con acercarse a la cola de gente que serpentea por estos lugares que ofrece la vida (no elegimos nacer en esta época).

Nuestra riqueza entraña pobreza en otro extremo, y nuestra riqueza sólo es aparente, no podemos comprar todo lo que se nos ofrece, ilusoriamente, pero tampoco el pirata codicioso podía rellenarse los bolsillos con todas las gemas del cofre del tesoro, porque había otros compañeros "caballeros de fortuna" que reclamaban su derecho a compartirlo con él. Y es más, los filibusteros del capitán Flint no tenían la inteligencia necesaria para maquinar sobornos ni fraudes a gran escala.

Fabricados por los esclavos del mundo, ensalivados por los pobres, embreados por los trabajadores de Metrópolis, los productos y artículos resplandecen en las estanterías que abarcan enormes superficies de lo sagrado.

¿La Caja de Pandora? En nuestra época podría ser los media de la sociedad de la desinformación, como un río de viento por el que pusiéramos rumbo a la catástrofe, la caída de la bolsa, la depresión de nuestro bolsillo, la huída o el hurto del tesoro. En la Isla que imaginó Stevenson, al valiente le aguarda la horca, si ha nacido pobre. Los piratas son despojos de la moralidad de sus señores: el tesoro es la aventura ofrecida al niño, que no sabe de qué lado quedarse, con quién aliarse en esta exhibición de valentía, agitándose entre la fascinación de Long John Silver (el Mal) y la sensatez (aburrida, a la larga) del capitán Smollett o del médico Dr. Livesay (entre las fuerzas del Bien). Repugnante, la pobreza de los piratas ilumina su grosería, su brutalidad sin pátina de buenos modales, con la excepción de Long John Silver, tan elegante como una serpiente, hipócrita, bifronte, ambicioso y desesperado, con la misma desesperación que mueve a los demás piratas ( ateos, blasfemos).

Puesto el niño Hawkins del lado de la ley y el orden, seducido por la elegancia (clara, rubia) del capitán Smollet, por las virtudes que encarna, tradicionalmente nobles: lealtad al rey (Jorge), civilidad, cortesía, buenos modales, patriotismo, administración del dinero. Uno de los rasgos que estropean (o embellecen) la imagen de los piratas: el despilfarro, la falta de previsión para la vejez. Sin duda estos piratas nunca pagaron tributo a la corona, no eran contribuyentes de la hacienda pública o aristocrática, por tanto su delito debió de ser, sobre todo, fiscal. castigado con la horca por haber nacido, además, todos indefectiblemente, de madres pobres, prostitutas, etc., bastardos o hijos a su vez de carne de horca: los pobres del s. XVIII vociferan detrás de las barbas de estos caballeros de la fortuna, que pretenden ascender en la escala social, disfrutar de privilegios que deberían estarles vedados. Los personajes que representan la ley y el orden se encargarán de "meterlos en cintura", a la larga, ya que la justicia pende como espada de Damocles sobre la maldad de la mitad de los protagonistas de esta aventura: los bucaneros. ¡No te vayas a creer, niño Hawkins, que se puede desobedecer la ley impunemente!

Claro que la belleza de la relectura de la Isla del Tesoro nos descubre que, si a pesar de todo, nos atrae este texto o discurso, es tal vez por la mirada del niño, punto narrativo, voz de la acción (vertiginosa), Pandora con su cofre, ya que de la búsqueda del tesoro o de la caja de Pandora emanan todas las aventuras, la vida del relato y la materia para la rememoración del niño Hawkins convertido en hombre, materia épica.

En las últimas páginas, la piedad cristiana de Stevenson le hace un regalo a los pecadores filibusteros de ficción: son abandonados en la isla, como antes ellos mismos habían hecho con Ben Gunn. Pero se salvan de morir en la horca. Y el archimalvado Long John Silver accede a la eternidad: desaparece antes de llegar a Inglaterra, huye en la primera escala del buque en el que navegan de vuelta a la patria, llevándose unos saquitos de guineas que logró hurtar. Y, sobre el hombro, al capitán Flint, que seguirá entonando para siempre, en las pesadillas del niño narrador, su cantinela: "¡Piezas de a ocho! ¡Piezas de a ocho!", como promesa de su reaparición.

 

Robert Louis Stevenson

Bibliografía:

STEVENSON, Robert Louis. La Isla del Tesoro. Traducción de Fernando Santos Fontela. Madrid: Alianza Editorial, 1997.

 

     
 

Amparo Arróspide

Es traductora y filóloga, reside en Madrid y ha recibido varios premios literarios. Ha publicado colaboraciones en las importantes y prestigiosas revistas Espéculo y The Barcelona Review. Esperamos contar con su colaboración durante mucho tiempo.

 
  Datos en el índice de autores