17
diciembre 2002

 

Juan José
  Catalano

 
 

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La muerte
de un angelito

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17
diciembre 2002

Juan José
  Catalano

  


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La muerte de un angelito

 

Cacho era un puntero, un delegado barrial, fiel al dr. Lacra, a quien voy a evitar de nombrar más de lo necesario, para no depararle la eventualidad de alguna gloria ocasional ya que lo considero detestable.

La mujer de Cacho, esperaba un bebé que debería nacer por los mismos días que mi hija Rocío. El hijo de Cacho nació sin control sanitario y por la fuerza como un mes después , era un niño enorme.

Tres meses después, una mañana de trabajo, como todas; me reuní con Lacra en uno de los grises bares de la zona de Tribunales, el calor del bar, que contrastaba con el frío del invierno, era reconfortante. Nos reuníamos, como todos los días, para repartirnos los escritos que debíamos repartir y las audiencias a las que debíamos concurrir.

—No sabés lo que pasó —me dijo.

—No, ¿Qué pasó? —respondí.

—Murió el nene de Cacho —dijo.

Que la muerte blanca, que una lesión cardíaca durante el parto; que la salita del barrio estaba cerrada y no lo atendieron y cuando llegaron a la ruta estaba muerto. La muerte del infante daba la impresión de que tal vez, con los debidos cuidados, se podría haber evitado .

—Tengo que ir al velatorio, ¿me acompañás? —dijo Lacra.

—Y... bueno —respondí.

Fuimos por la ruta tres hasta un poco mas allá de Isidro Casanova; doblamos a la derecha y la rural se deslizaba, bajo una llovizna tenue, entre la tosca y el barro, dos o tres kilómetros.

Era otro mundo, paupérrimo, gente que vivía entre chapas y barro, tan cerca de Buenos Aires, eran veinte o treinta kilómetros. Llegamos a la casa de Cacho, una casilla pequeña que con esfuerzo trataba de levantarse con ladrillos; con el mismo esfuerzo que criaba esos conejos patéticamente gordos, para la pobreza del lugar. Conejos gordos y chicos descalzos, con canillas flacas. El niño muerto como un angelito en el pequeño ataúd blanco rodeado de vecinos y familiares, doloridos y resignados. ¿Cómo saber que esa era la Argentina que nacía mísera fruto de nuestra propia indiferencia?

Cuando regresé del velatorio, recuerdo que estuve tres meses despertándome de noche y dirigiéndome hasta la cuna de mi niña para después de mirarla unos instantes poner mi dedo índice debajo de sus fositas nasales, para asegurarme que respiraba y después poder irme a dormir tranquilo. Cuando recuerdo a ese niño muerto y pienso en tantos que mueren cada día, por causas evitables, vienen a mi mente los versos de Bob Dylan:

Cuanta gente deberá morir
para que entiendan
Que ya ha muerto
demasiada gente.

 

 

© Juan José Catalano

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