16
noviembre 2002

 

Manuel
  Garrido

 
 Palacios

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El verso de Luis Cernuda

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16
noviembre 2002

Manuel
  Garrido

 
 Palacios


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El verso de Luis Cernuda

 

       Detrás del verso está el ser humano, ese yunque que moldea el verso, precisamente: «...no conocerás cómo domo mi miedo / para hacer de mi voz mi valentía». Lo que late dentro de cada pecho sale en forma de verso, siempre incompleto: «...leve es la parte de la vida / que como dioses rescatan los poetas». ¿Qué porción de sentimiento expresa?: «...me he perdido en el tiempo lo mismo que en la vida». ¿Qué le queda en el alma incapaz de salir, de vivir, de compartir?: «...sabes qué es un sueño y que por eso / es más hermoso aún para nosotros».

       El verso es una débil careta, una avanzadilla: «...voz que nadie oye». La grandeza se oculta: «...ha sido la palabra tu enemigo»; palabra o desesperado intento de dar un norte —aunque sea un: «...vómito de la niebla y el fastidio»—, de lo que quiere decir: «...acaso mi apariencia no concierte con mi poder latente». El verso más pulido no es más que el inútil esfuerzo de explicar lo inexplicable: «...nunca han de comprender que si mi lengua / el mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba». Verso-grito sin que un sólo sonido nazca: «...pálidos fantasmas en concilio».

       Cernuda trae el verso; reinventa el verso «...hasta la náusea hozando la escoria del deseo» desde hace cien años; desde todos los siglos, con otros nombres: «...las piedras que los pies vivos rozaron / en centurias atrás, aún permanecen». Ganas de encuadrarlo en una generación o en otra, la del 27, la del 25, según él mismo, a saber si con la retranca sutil de señalar que dos años ni arañan una historia: «...el tiempo, ese blanco desierto ilimitado, / esa nada creadora». Lo que importa del poeta es qué cota alcanza su verbo maduro, su decir «...de uno para uno», su lento caminar por cada quién que lo escucha en la «...soledad poblada», sonora, del libro abierto: «...silencio y soledad nutren la hierba / nadie escucha una voz, tú bien lo sabes».

       Si somos el pasado más un sueño, el sueño nunca se atrapa; ya nace ayer inmediato: «...amargura de haber vivido inútilmente»; el sueño se lleva la ilusión intacta de querer volcar el alma en el verso para decirlo todo para siempre: «...susurras cómo el sueño es de esta realidad la sombra inútil». Conoce a Salinas: «...del hombre aprende el hombre la palabra, mas el silencio sólo en Dios lo aprende». Pero Cernuda trae el poema dentro; y la duda: «...fe no necesita lo visible»; mientras el tiempo va: «...insinuándose en tu cuerpo, como nube de polvo en fuente pura»; ve la luz en el verso cruzando el túnel de la existencia: «...siento esta noche nostalgia de otras vidas».

       Los datos fríos dicen que enseña en Toulouse a la veintena de años; en Madrid, en las Misiones Pedagógicas de la República; que en los años turbios está con el gobierno legal y que al término del juego macabro sólo le queda huir: «...abajo la virtud, el orden, la miseria, / abajo todo, todo, excepto la derrota». Enseña en Glasgow, en Cambridge, en Londres: «...en esa casa de 8 Great College Street, Canden Town, / adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja, / vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron»; en Estados Unidos: «...de qué país eres tú / dormido entre realidades»; México: «...¿hubo algún Garcilaso que mi piedra / hundiera bruscamente al fondo de la muerte?». Escribe a la soledad: «...vacío como pampa, como mar, como viento / desiertos tan amargos bajo un cielo implacable»; a la melancolía: «...amo el sabor amargo y puro de la vida, este sentir por otros la conciencia»; al amor homosexual: «...acaso encuentren aquí reproche nuevo»; al ideal imposible: «...sombra de algo, una sombra perfecta / único me parece, creado por mi amor»; al olvido: «...en la hora feliz del hombre, cuando olvida»; a la música: «...Mozart, dirías, es la música misma»; a la libertad: «...no conozco sino la libertad de estar preso en alguien». Su verso sabe a introversión, a «...amargo placer de transformar el gesto»; verso que mira hacia dentro a ver si el misterio dejó flecos; verbo que se busca en formas hechas, clásicas: «...fuerza las puertas del tiempo, amor que tan tarde llamas»; y por hacer: «...en esta calma hacia el final del año / llevas la soledad por toda compañía / Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma».

       Leídos en cierto orden los nombres de sus libros de versos (el primero en 1927¿, parecen una síntesis de lo que Cernuda quiso contar, de su proyecto poético: «...para que mi palabra no se muera / silenciosa conmigo». Nombres que parecen claves para entenderlo como si se tratara del hallazgo de un poema inédito: Perfil del aire / Égloga, elegía, oda / Un río, un amor / Los placeres prohibidos / Donde habite el olvido / Invenciones / Las nubes / Como quien espera el alba / Vivo sin estar viviendo / Con las horas contadas / La realidad y el deseo / Desolación de la quimera.

       Traduce a Hölderlin, a Shakespeare. Prosa en Ocnos, Xalapa; cuentos: «El viento en la colina», «El indolente» y «El sarao», Epistolario... Pero Cernuda quería exprimir el verso: «...no existes; eres tan sólo el nombre / que da el hombre a su miedo e impotencia», y con mínimos trazos expresar su todo: «...me reprochas el culto a la palabra; ¿quién si no tú puso en mí esa locura?». Entendió que lo más que un poeta puede dar es un grano de arena de todo el olvido que lo puebla: «...Dios, Tú que nos has hecho / para morir, ¿por qué nos infundiste / la sed de eternidad, que hace al poeta?».

       Porque «...el reino del poeta tampoco es de este mundo», supo Cernuda que el verso nace con su medida, sea tasado en sílabas o con pátina de libre: «...aún dudas si la verdad del alma / no debiera guardarla el alma a solas». Supo, al fin, Cernuda, que su verso no cabía en el verso. Sólo la vida cabía en la vida: ese verso más o menos largo donde habita la duda porque no hay poema que responda a la cuestión primaria: su sentido.

 

 

© Manuel Garrido Palacios

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