El
verso de Luis Cernuda
Detrás
del verso está el ser humano, ese yunque que moldea el verso,
precisamente: «...no conocerás
cómo domo mi miedo / para hacer de mi voz mi valentía».
Lo que late dentro de cada pecho sale en forma de verso, siempre
incompleto: «...leve es la parte
de la vida / que como dioses rescatan los poetas».
¿Qué porción de sentimiento expresa?: «...me
he perdido en el tiempo lo mismo que en la vida».
¿Qué le queda en el alma incapaz de salir, de vivir,
de compartir?: «...sabes qué
es un sueño y que por eso / es más hermoso aún
para nosotros».
El
verso es una débil careta, una avanzadilla: «...voz
que nadie oye». La grandeza se oculta: «...ha
sido la palabra tu enemigo»; palabra o desesperado
intento de dar un norte aunque sea un: «...vómito
de la niebla y el fastidio», de lo que quiere
decir: «...acaso mi apariencia no
concierte con mi poder latente». El verso más
pulido no es más que el inútil esfuerzo de explicar
lo inexplicable: «...nunca han de
comprender que si mi lengua / el mundo cantó un día,
fue amor quien la inspiraba». Verso-grito sin que
un sólo sonido nazca: «...pálidos
fantasmas en concilio».
Cernuda
trae el verso; reinventa el verso «...hasta
la náusea hozando la escoria del deseo»
desde hace cien años; desde todos los siglos, con otros nombres:
«...las piedras que los pies vivos
rozaron / en centurias atrás, aún permanecen».
Ganas de encuadrarlo en una generación o en otra, la del
27, la del 25, según él mismo, a saber si con la retranca
sutil de señalar que dos años ni arañan una
historia: «...el tiempo, ese blanco
desierto ilimitado, / esa nada creadora». Lo que
importa del poeta es qué cota alcanza su verbo maduro, su
decir «...de uno para uno»,
su lento caminar por cada quién que lo escucha en la «...soledad
poblada», sonora, del libro abierto: «...silencio
y soledad nutren la hierba / nadie escucha una voz, tú bien
lo sabes».
Si
somos el pasado más un sueño, el sueño nunca
se atrapa; ya nace ayer inmediato: «...amargura
de haber vivido inútilmente»; el sueño
se lleva la ilusión intacta de querer volcar el alma en el
verso para decirlo todo para siempre: «...susurras
cómo el sueño es de esta realidad la sombra inútil».
Conoce a Salinas: «...del hombre
aprende el hombre la palabra, mas el silencio sólo en Dios
lo aprende». Pero Cernuda trae el poema dentro;
y la duda: «...fe no necesita lo
visible»; mientras el tiempo va: «...insinuándose
en tu cuerpo, como nube de polvo en fuente pura»;
ve la luz en el verso cruzando el túnel de la existencia:
«...siento esta noche nostalgia de
otras vidas».
Los
datos fríos dicen que enseña en Toulouse a la veintena
de años; en Madrid, en las Misiones Pedagógicas de
la República; que en los años turbios está
con el gobierno legal y que al término del juego macabro
sólo le queda huir: «...abajo
la virtud, el orden, la miseria, / abajo todo, todo, excepto la
derrota». Enseña en Glasgow, en Cambridge,
en Londres: «...en esa casa de 8
Great College Street, Canden Town, / adonde en una habitación
Rimbaud y Verlaine, rara pareja, / vivieron, bebieron, trabajaron,
fornicaron»; en Estados Unidos: «...de
qué país eres tú / dormido entre realidades»;
México: «...¿hubo algún
Garcilaso que mi piedra / hundiera bruscamente al fondo de la muerte?».
Escribe a la soledad: «...vacío
como pampa, como mar, como viento / desiertos tan amargos bajo un
cielo implacable»; a la melancolía: «...amo
el sabor amargo y puro de la vida, este sentir por otros la conciencia»;
al amor homosexual: «...acaso encuentren
aquí reproche nuevo»; al ideal imposible:
«...sombra de algo, una sombra perfecta
/ único me parece, creado por mi amor»;
al olvido: «...en la hora feliz del
hombre, cuando olvida»; a la música: «...Mozart,
dirías, es la música misma»; a la
libertad: «...no conozco sino la
libertad de estar preso en alguien». Su verso sabe
a introversión, a «...amargo
placer de transformar el gesto»; verso que mira
hacia dentro a ver si el misterio dejó flecos; verbo que
se busca en formas hechas, clásicas: «...fuerza
las puertas del tiempo, amor que tan tarde llamas»;
y por hacer: «...en esta calma hacia
el final del año / llevas la soledad por toda compañía
/ Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma».
Leídos
en cierto orden los nombres de sus libros de versos (el primero
en 1927¿, parecen una síntesis de lo que Cernuda quiso
contar, de su proyecto poético: «...para
que mi palabra no se muera / silenciosa conmigo».
Nombres que parecen claves para entenderlo como si se tratara del
hallazgo de un poema inédito: Perfil del aire / Égloga,
elegía, oda / Un río, un amor / Los placeres prohibidos
/ Donde habite el olvido / Invenciones / Las nubes / Como quien
espera el alba / Vivo sin estar viviendo / Con las horas contadas
/ La realidad y el deseo / Desolación de la quimera.
Traduce
a Hölderlin, a Shakespeare. Prosa en Ocnos, Xalapa; cuentos:
«El viento en la colina»,
«El indolente» y
«El sarao», Epistolario...
Pero Cernuda quería exprimir el verso: «...no
existes; eres tan sólo el nombre / que da el hombre a su
miedo e impotencia», y con mínimos trazos
expresar su todo: «...me reprochas
el culto a la palabra; ¿quién si no tú puso
en mí esa locura?». Entendió que
lo más que un poeta puede dar es un grano de arena de todo
el olvido que lo puebla: «...Dios,
Tú que nos has hecho / para morir, ¿por qué
nos infundiste / la sed de eternidad, que hace al poeta?».
Porque
«...el reino del poeta tampoco es
de este mundo», supo Cernuda que el verso nace
con su medida, sea tasado en sílabas o con pátina
de libre: «...aún dudas si
la verdad del alma / no debiera guardarla el alma a solas».
Supo, al fin, Cernuda, que su verso no cabía en el verso.
Sólo la vida cabía en la vida: ese verso más
o menos largo donde habita la duda porque no hay poema que responda
a la cuestión primaria: su sentido.
©
Manuel
Garrido Palacios
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