El
silencio llenará tus cavernas en la última oración
de este relato; en el viaje, las palabras hurgarán en tu
agonía, y cuando las tardes se desvanezcan en la palidez
de tus sueños brotará el mío sobre tus manos
heridas. Mutilaré tus tiempos con un fin: mi fertilidad.
Conozco tu historia, yo la inventé:
Caminabas.
Las estrechas calles de la ciudad
se entrelazaban a tu alrededor y dibujaban figuras que sólo
podían verse desde las alturas, quizá desde los
balcones del Palace Hotel. Allí te esperaba el padre de
Hipólito.
Un hotel antiguo, la puerta, sin
embargo, era moderna, giratoria.
Voy a la habitación
77.
¿Me permite su documento?
La vista se te perdía en la escalera del fondo, una suerte
de embudo adonde se arremolinaba y escurría la gran sala
de recepción.
Muy bien. Vaya por la escalera
al segundo piso, allí doble a la derecha y busque una nueva
escalera que lo llevará a un entrepiso. Una vez allí,
doble a la izquierda hasta que el pasillo se abra en dos, elija
el de la derecha y camine, atraviese los portones de seguridad
y llegue al fondo hasta la puerta 14. Toque con tres golpes porque
sino no le abrirán. Vaya que lo están esperando.
El documento debo retenerlo mientras permanezca en el edificio,
puede venir a buscarlo antes de irse. Si no estoy yo, pídaselo
a un joven alto y flaco, que él se lo dará. No debe
pedírselo al otro joven, que también es alto pero
gordo, bajo ninguna circunstancia. Es preferible que vuelva otro
día.
Usted dijo la puerta 14 y
yo debo ir a la puerta 77.
Lo sé, pero no hay
forma de ir a la habitación 77, sin pasar antes por la
14. Y ahora vaya, ¿recuerda cómo ir?
No estoy seguro.
Vaya. Cualquier cosa, si duda
o cree perderse, pregúntele a alguien del personal de limpieza
o de seguridad.
Gracias.
Primer escalón, segundo, tercero, cuarto, desde arriba
llegaban sonidos extraños. Parecían golpes de metales.
Además se oían los lamentos de una mujer. Primer
piso, muchas puertas, ninguna ventana, un hombre pasaba y repasaba
un trapo húmedo sobre la cerámica del pasillo.
Disculpe te dirigiste
a él, ¿la puerta 14 queda en el primer o segundo
piso?
Las lámparas que colgaban del techo se multiplicaban y
se juntaban en el fondo de la perspectiva, al final de un corredor
vaporoso y difuso como un espejismo.
No nos está permitido
dar esa clase de información, pero el hombre bajó
la voz y se acercó a tu oído, entre nosotros
y esto es lo más que puedo decirle, todos los pisos tienen
una puerta 14.
Pero...
Lo siento, no puedo decirle
nada más, que Dios lo ayude.
Pensabas darle una moneda pero no
hubo tiempo, porque el hombre se alejó rápido de
vos, espiándote por momentos y desapareciendo, luego de
muchas lámparas.
Querías pensar y elegir una
opción: derecha o izquierda, subir o bajar, abrir o no
abrir puertas. Estabas solo pero tenías la impresión
de que alguien te miraba. Muchas puertas, muchas lámparas,
muchas baldosas, ninguna ventana. Querías decidir pero
las opciones crecían y se bifurcaban.
LasopcionesprolíficasElhormiguerodeposibilidades
Rizoma LocuraTuviste que sentarte en el suelo: Estabas mareado.
Las opciones dividían tu
identidad.
No tengo pensado contar otra historia
que no sea la verdadera. Así pues, deberías desesperarte,
creer cualquier cosa, correr, buscar la salida, llorar, sentarte,
gritar, ser un animal enjaulado y a veces un hombre, ser un hombre
enjaulado que se siente animal, sin razón, sin análisis,
sólo olfato y tacto, olfato y oído, olfato y olfato,
reptando en la asquerosa cerámica, revolcándote
y rascándote.
La locura trae al olvido. O viceversa.
Pasaron los años.
"¿Qué puerta?
¿Qué número? ¿Qué piso? ¿Cuántos
golpes? ¿Cuántos escalones? ¿Cuántas
baldosas? ¿Cuántas lámparas? ¿Qué
puerta? ¿Qué número? ¿Qué piso?
¿Cuántos golpes?...
Conozco tu historia, yo la inventé:
Te arrastrabas.
Tal vez pensabas en campos y en
tardes, tus ojos estaban rojos. Me acerqué a vos para espiarte
mejor y cuanto más lo hacía más te atrapaba
mi escritura. De vez en cuando bramabas tus quejas, que vanamente
golpeaban todas las puertas cerradas de mi texto. Y en este laberinto
de signos ambiciosos, donde habita tu realidad y tu angustia todo
es mi culpa, querés morir.
He decidido reparar los males que
hice:
No sabés qué piso
ni qué puerta, qué lugar de estas páginas
estaba destinado. Pero yo sí. Te movías junto a
la pared y rozaste sin querer la puerta 14 del entrepiso del segundo
piso: Primer golpe. Te sentiste cansado y te echaste: la cabeza
golpeó involuntariamente la puerta: Segundo golpe. Pasaron
pocos segundos y te levantaste nuevamente, había que continuar
la búsqueda eterna, el flagelo interminable del laberinto.
Otra vez rozaste la puerta: Tercer golpe.
Pintando un deseo, el movimiento
de la puerta 14 dibujaba hacia adentro. Miraste, ya nada parecía
sorprenderte, pero aún así, olfato y olfato, ingresaste.
Dentro del cuadro de la puerta 14 había otro, tenía
pintado dos números iguales. Primero un siete, correspondiente
a siete jóvenes varones, junto a él otro siete,
correspondiente a siete jóvenes mujeres. Mi puerta contra
tu mirada fija parecía devolverte algo de tu antiguo entendimiento.
Y ya no llamaste de ninguna forma. De pie, abriste la puerta,
mi puerta. Y allí estaba yo, por fin, a tu encuentro. Me
dijiste:
Usted es el padre de Hipólito.
Soy el padre de Hipólito.
Me mirabas. Yo agregué:
Soy de Atenas, hijo de Egeo.
Me mirabas siempre. Te dije:
Teseo es mi nombre.
Te pusiste de rodillas ante mí,
levantaste bien la cabeza, tus manos estaban lastimadas, uno de
tus cuernos se había roto, yo te miraba, te miraba siempre.
Me hablaste por última vez:
¿Y cuál es mi
nombre?
Minotauro te dije, y
te hundí el cuchillo hasta el fondo de la garganta.
Moriste con gesto manso, tu boca
esbozaba una leve sonrisa. Tal vez pensabas en campos y en tardes,
tus ojos estaban rojos.
Después, una mujer apareció
frente a mi puerta, pero ¡basta!, ya he desenrollado todo
el hilo de esta madeja.
©
Juan
Diego Incardona