Abrillantadora
de nubes
¿Querréis
saber como llegué hasta aquí? Pues es sencillo y complicado
a la vez.
¿Qué
le lleva a uno, a una, en este caso a dejar su casa, su país?
Casi siempre es por lo mismo, lo que mueve el mundo y las personas,
el amor.
Y también como pasa casi siempre, me quedé sin casa
y sin amor, y lo que es peor sin trabajo. Así que acudí
a lo mas socorrido, en todos los lugares del mundo necesitan gente
para limpiar, es un trabajo duro pero da para comer. ¡Una
cruz pues hay que madrugar mucho y yo soy una gran noctámbula
, pero todo sea por las judías!
Emigré desde un país de secano, sol y grandes vientos
a Armilla. La ciudad del agua donde me llevó mi amor y sus
sueños y aquí me instalé entre vapor de delirios
de agua y un poco de sal en los ojos, que se mezcla de vez en cuando
con la del ambiente.
Me cuesta mucho levantarme; pero es una maravilla; al amanecer se
va condensando el agua y surgen y surgen nubes de algodón
que se van hilachando, hinchando y tomando todas las formas que
yo voy soñando, al peinarlas y adecentarlas un poco. Luego,
cuando ya se van poniendo blancas y redonditas, les paso un abrillantador
y al mediodía ya están lustrosas y henchidas, prestas
para viajar a todos los rincones del mundo. Yo, romántica
y soñadora, les meto, escondida entre las gotas más
congeladas, las que van cerca de su helado corazón, alguna
misiva cariñosa para mi lejano amor. Soy una romántica
lo sé, qué le vamos a hacer, pero estos mensajes en
una nube son mucho más fiables que los de internet y no pillan
virus raros, solo algún que otro dragón que se ha
escapado de un cuento infantil o alguna hada o doncella huída
de una historia medieval.
Los
días mas duros son los de la revisión del vapor en
las tuberías centrales de la ciudad, no pueden con ello ni
las nereidas ni ningún ser acuático, todos se esconden
evitando los malos olores y la saturación de humedad que
les arruina los mas sofisticados peinados y les chafa los vestidos
escamales de diseño. A mí, que soy de las esferas
mas bajas de escalafón social, por mi trabajo, no me preocupa;
pues al mismo tiempo estoy siempre por las alturas revisando y jugando
con las nubes. Eso me permite volar. Volar para mi es una necesidad,
no por las películas argentinas, aquello de ¨ El lado
oscuro del corazón ¨ como si la víscera fuera
la luna, lunáticos sí que somos, pero terrestres y
acuosos al mismo tiempo. Volar para mí es una necesidad,
vuelo zambullida en las nubes, envuelta en los reflejos, vuelo en
los guiños, vuelo en las palabras, vuelooooo....
Ahora
soy feliz, pero fue duro aclimatarme. Los controles eran severos
y desmesurados, toda el agua es agua al fin, pero no lo consideran
así los que la controlan. Tuve que hacer filas para sacar
número al atardecer en los controles policiales, el agua
del Mar de la Plata no daba los mismos reflejos de luz que los de
por aquí. Rellenar papeles y pedir informes sin conocimiento
de nada, pagar el peaje del agua de los trasvases como un comercio
cualquiera. Cánones, aranceles, visitar consulados, llamar,
insistir, recibir informaciones contradictorias, equivocaciones
de funcionarios parciales, desidia de oficinas estatales. También,
gracias a todas las burbujas del agua de sifón, encontré
alegría y gente que me ayudó sin ningún tipo
de interés. Era más fácil delinquir que ser
un ciudadano responsable y trabajador en Armilla. Estar en la ciudad,
legal, era una tortura y un fracaso. Los amigos insistían
en que me quedara ilegal, todos lo hacían y era más
fácil y cómodo, ser legal sólo daba problemas.
Pero yo quería hacer las cosas bien.
Y no me rendí, aquél iba a ser mi hogar y al final
lo conseguí.
Hoy
soy ciudadana de Armilla y trabajo en esta bella ciudad como una
más.
No tengo miedo al futuro pues es gaseoso, a veces perfumado, a veces
maloliente, pero siempre brillante gracias al esfuerzo de mis manos
que sacan destellos a la luz del agua jugando cada día con
nubes nuevas. No me aburro, me canso a veces, eso sí, pero
si uno no se cansa viviendo con qué lo va a hacer, luego
ya tenemos toda la eternidad para descansar sin límite en
el ataúd.
II
Un
día descubrí una cosa opaca que empañaba el
reflejo de una nube, froté y froté para recuperar
su brillo pero fue imposible, colé mi mano en su interior
tratando de alcanzar el objeto. Y la sorpresa fue maravillosa, era
una botella, una botella de vidrio azul en medio de una nube. Un
azul cobalto que competía con el azul del cielo llenando
de reflejos azules, lilas, violetas, mis ojos asombrados. Y el asombro
se continúo en el momento azul del descubrimiento de su contenido,
un papel también azul arrugado y viejo con algo garabateado
en su interior que envolvía un extraño aparato: un
astrolabio.
No sabía qué significaba, pero era claro que era un
mensaje, un mensaje para mí, y que llegaba volando. Tal vez
una respuesta a mis mensajes, una respuesta a mi espera.
Lo escondí y guardé rápidamente para que pasara
desapercibido para los demás y poder verlo con tranquilidad
más tarde.
El
azar azul acudía a mí desde el agua y su esencia.
Un sabor de licor bailaba en mi boca y en mis labios calentando
sensual todo mi cuerpo. Era la borrachera del vapor. Nunca me había
ocurrido, había oído hablar de ello pero creía
que eran leyendas y chismes de la ciudad. Estaba empezando a marearme
y en vez de caer tendía a subir con las nubes y a volar.
Cerraba los ojos y caía en picado, era maravilloso, no tenía
miedo, los abría y subía flotando otra vez hacia el
sol. Era como una pequeña y dulce danza sin espacio, sólo
tiempo y paz. Era estupendo y perfecto. Apuntando mi nariz, como
la estela de un pequeño barco, veía los rayos del
sol al atardecer lejano que se acercaba.
Iba hacia él.
©
Ángela
Ibáñez
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