13
julio - agosto 2002

 

Ángela
   Ibáñez

   

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  Abrillantadora
de nubes

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13
julio - agosto 2002

Ángela
   Ibáñez

   


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Abrillantadora de nubes

 

¿Querréis saber como llegué hasta aquí? Pues es sencillo y complicado a la vez.

¿Qué le lleva a uno, a una, en este caso a dejar su casa, su país? Casi siempre es por lo mismo, lo que mueve el mundo y las personas, el amor.

Y también como pasa casi siempre, me quedé sin casa y sin amor, y lo que es peor sin trabajo. Así que acudí a lo mas socorrido, en todos los lugares del mundo necesitan gente para limpiar, es un trabajo duro pero da para comer. ¡Una cruz pues hay que madrugar mucho y yo soy una gran noctámbula , pero todo sea por las judías!

Emigré desde un país de secano, sol y grandes vientos a Armilla. La ciudad del agua donde me llevó mi amor y sus sueños y aquí me instalé entre vapor de delirios de agua y un poco de sal en los ojos, que se mezcla de vez en cuando con la del ambiente.

Me cuesta mucho levantarme; pero es una maravilla; al amanecer se va condensando el agua y surgen y surgen nubes de algodón que se van hilachando, hinchando y tomando todas las formas que yo voy soñando, al peinarlas y adecentarlas un poco. Luego, cuando ya se van poniendo blancas y redonditas, les paso un abrillantador y al mediodía ya están lustrosas y henchidas, prestas para viajar a todos los rincones del mundo. Yo, romántica y soñadora, les meto, escondida entre las gotas más congeladas, las que van cerca de su helado corazón, alguna misiva cariñosa para mi lejano amor. Soy una romántica lo sé, qué le vamos a hacer, pero estos mensajes en una nube son mucho más fiables que los de internet y no pillan virus raros, solo algún que otro dragón que se ha escapado de un cuento infantil o alguna hada o doncella huída de una historia medieval.

Los días mas duros son los de la revisión del vapor en las tuberías centrales de la ciudad, no pueden con ello ni las nereidas ni ningún ser acuático, todos se esconden evitando los malos olores y la saturación de humedad que les arruina los mas sofisticados peinados y les chafa los vestidos escamales de diseño. A mí, que soy de las esferas mas bajas de escalafón social, por mi trabajo, no me preocupa; pues al mismo tiempo estoy siempre por las alturas revisando y jugando con las nubes. Eso me permite volar. Volar para mi es una necesidad, no por las películas argentinas, aquello de ¨ El lado oscuro del corazón ¨ como si la víscera fuera la luna, lunáticos sí que somos, pero terrestres y acuosos al mismo tiempo. Volar para mí es una necesidad, vuelo zambullida en las nubes, envuelta en los reflejos, vuelo en los guiños, vuelo en las palabras, vuelooooo....

Ahora soy feliz, pero fue duro aclimatarme. Los controles eran severos y desmesurados, toda el agua es agua al fin, pero no lo consideran así los que la controlan. Tuve que hacer filas para sacar número al atardecer en los controles policiales, el agua del Mar de la Plata no daba los mismos reflejos de luz que los de por aquí. Rellenar papeles y pedir informes sin conocimiento de nada, pagar el peaje del agua de los trasvases como un comercio cualquiera. Cánones, aranceles, visitar consulados, llamar, insistir, recibir informaciones contradictorias, equivocaciones de funcionarios parciales, desidia de oficinas estatales. También, gracias a todas las burbujas del agua de sifón, encontré alegría y gente que me ayudó sin ningún tipo de interés. Era más fácil delinquir que ser un ciudadano responsable y trabajador en Armilla. Estar en la ciudad, legal, era una tortura y un fracaso. Los amigos insistían en que me quedara ilegal, todos lo hacían y era más fácil y cómodo, ser legal sólo daba problemas. Pero yo quería hacer las cosas bien.

Y no me rendí, aquél iba a ser mi hogar y al final lo conseguí.

Hoy soy ciudadana de Armilla y trabajo en esta bella ciudad como una más.

No tengo miedo al futuro pues es gaseoso, a veces perfumado, a veces maloliente, pero siempre brillante gracias al esfuerzo de mis manos que sacan destellos a la luz del agua jugando cada día con nubes nuevas. No me aburro, me canso a veces, eso sí, pero si uno no se cansa viviendo con qué lo va a hacer, luego ya tenemos toda la eternidad para descansar sin límite en el ataúd.

 

II

Un día descubrí una cosa opaca que empañaba el reflejo de una nube, froté y froté para recuperar su brillo pero fue imposible, colé mi mano en su interior tratando de alcanzar el objeto. Y la sorpresa fue maravillosa, era una botella, una botella de vidrio azul en medio de una nube. Un azul cobalto que competía con el azul del cielo llenando de reflejos azules, lilas, violetas, mis ojos asombrados. Y el asombro se continúo en el momento azul del descubrimiento de su contenido, un papel también azul arrugado y viejo con algo garabateado en su interior que envolvía un extraño aparato: un astrolabio.

No sabía qué significaba, pero era claro que era un mensaje, un mensaje para mí, y que llegaba volando. Tal vez una respuesta a mis mensajes, una respuesta a mi espera.

Lo escondí y guardé rápidamente para que pasara desapercibido para los demás y poder verlo con tranquilidad más tarde.

El azar azul acudía a mí desde el agua y su esencia. Un sabor de licor bailaba en mi boca y en mis labios calentando sensual todo mi cuerpo. Era la borrachera del vapor. Nunca me había ocurrido, había oído hablar de ello pero creía que eran leyendas y chismes de la ciudad. Estaba empezando a marearme y en vez de caer tendía a subir con las nubes y a volar. Cerraba los ojos y caía en picado, era maravilloso, no tenía miedo, los abría y subía flotando otra vez hacia el sol. Era como una pequeña y dulce danza sin espacio, sólo tiempo y paz. Era estupendo y perfecto. Apuntando mi nariz, como la estela de un pequeño barco, veía los rayos del sol al atardecer lejano que se acercaba.
Iba hacia él.

 

© Ángela Ibáñez

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