13
julio - agosto 2002

 

Carlos
Giménez

  Soria


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  Fat City:
 

una historia de perdedores hustonianos

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13
julio - agosto 2002

Carlos
Giménez

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Fat City:
una historia de perdedores hustonianos

Cartel francés de Fat Ciity

"La obra de Huston
no es tan interesante como
su propia vida"

Orson Welles

 

En 1987, fallecía a los 81 años de edad uno de los cineastas más representativos de la Historia del Cine Americano: John Huston. Tras de sí, dejaba un extenso legado de películas en las que abordaba casi todos los géneros cinematográficos, desde el cine negro, el western o el musical hasta el género que más le definió como creador singular e inimitable: el cine de aventuras, al que proporcionó films tan memorables como El tesoro de Sierra Madre (1948), La Reina de África (1951), Moby Dick (1956) o El hombre que pudo reinar (1975).

Antes de dedicarse al Séptimo Arte, la vida de Huston anduvo por los más insospechados parajes. En México, se incorporó al ejercito revolucionario de Pancho Villa y, de regreso a los Estados Unidos, inició una carrera literaria que le sirvió para acabar desempeñando oficios tan dispares como los de militar, boxeador, periodista, novelista o pintor. Una vez que consiguió afianzarse en Hollywood como guionista, su labor se centró exclusivamente en el cine, donde debutaría como director en 1941 con El halcón maltés.

Ahora, transcurridos 15 años desde su muerte, a un servidor le ha parecido propicio rendir homenaje a una de las figuras claves del Séptimo Arte a través del comentario de una de las obras más apreciadas por la crítica de cuantas rodó el cineasta estadounidense a lo largo de la década de los 70 y que, sin embargo, nunca ha gozado de una buena acogida por parte del público. Se trata de Fat City (1972), obra basada en la novela homónima de Leonard Gardner y que guarda una estrecha vinculación con los orígenes de John Huston como boxeador.

Una de las mejores presentaciones que se le puede hacer a este film es comentar la sutileza que emplea Huston para narrar la escena inicial. Por medio de planos encadenados y de una triste balada country -interpretada por Kris Kristofferson- se nos narra la vida cotidiana de la fauna humana que habita los suburbios de la ciudad de Stockton: gentes paseando por las calles, pidiendo limosna en las aceras, conversando en las escaleras de un edificio... hasta que la cámara se detiene en la entrada de un hotelucho y nos muestra el interior de una habitación en la que un personaje absolutamente desconocido para nosotros permanece tumbado sobre su cama en ropa interior. El hombre aparenta tener algo más de treinta años. Se inclina hacia una mesita de noche para hacerse con un paquete de tabaco que contiene un único cigarrillo y se pone en pie tratando de buscar lumbre sobre el tocador y en los bolsillos de su chaqueta. Todo transcurre con el ritmo natural con el que sucede este tipo de cosas, dentro de un estilo narrativo puramente contemplativo. Finalmente, el hombre desiste y vuelve a sentarse en el borde de la cama mientras la música -no diegética- se detiene. Asistimos a unos segundos de silencio en los que ignoramos qué piensa el protagonista de la escena. Acto seguido, se alza, se sienta sobre una silla y se viste para salir de su cuarto. El tema musical de Kris Kristofferson se reinicia y presenciamos como el hombre desciende las escaleras del hotel para salir a la calle. Un plano general nos lo sitúa en la acera frente a la puerta del hotel, indeciso y con el pitillo en la boca. Al fin, toma una determinación: arroja el cigarrillo a la calzada y sube de nuevo a su cuarto a coger una mochila con la que empieza a recorrer calles hasta llegar a un gimnasio. Allí hay tan sólo un muchacho joven que está entrenando a boxeo. El hombre se viste con ropa deportiva y se pone a calentar dando saltos con una comba. Al cabo de un rato, le propone hacer un combate al muchacho y éste acepta. Después de sufrir un tirón en la pierna, el hombre detiene el combate y se pone a conversar con el chico. En este primer intercambio de palabras, Huston nos presenta a los dos personajes que van a protagonizar la película. El hombre de los treinta años es Billy Tully (Stacey Keach), ex-boxeador profesional que lleva dos años sin subir a un ring; el muchacho, que tiene tan sólo 18 años, se llama Ernie Munger (Jeff Bridges) y jamás se ha ganado la vida con este deporte. Tully se sorprende porque le ha dado la impresión de que el muchacho tenía un talento que no se aprende así por las buenas y le aconseja que vaya a ver a su manager. Con este modo de presentar los personajes, el autor de El halcón maltés pone en marcha todo un mecanismo argumental articulado alrededor de dos figuras que, aunque proceden de pasados muy distintos, van a empezar a tener un desarrollo vital paralelo a partir de ese momento.

Tully ha malvivido desde que le abandonó su mujer y perdió su último combate. Se gana la vida prestando sus servicios como recolector en campos de cultivo. El contacto con el muchacho le hace replantearse su carrera como boxeador. Por otro lado, Ernie no tiene un medio estable de subsistencia y el consejo de Tully le hace reflexionar hasta que, finalmente, decide presentarse en el gimnasio del manager del ex-boxeador e iniciar su carrera como púgil.

No se confundan: ésta no es una de esas historias de encuentros casuales que concurren en finales felices y triunfales. El destino común que unirá las vidas de Billy Tully y de Ernie es el hecho de pertenecer a esa clase de personas a las que siempre les toca la peor parte en el juego de la vida, es decir, la derrota. Fat City es una historia pesimista y melancólica de dos hombres que han nacido para ser perdedores irremediables. La incipiente carrera de Ernie se irá al garete del mismo modo que el pasado pugilístico de Tully. Sin embargo, Tully volverá una vez más al ring para poder darse cuenta definitivamente de que, como boxeador, está acabado. Eso teniendo presente que fuese alguien realmente importante en alguna ocasión -aspecto que nosotros no hemos podido contemplar y que, por tanto, desconocemos desde una perspectiva óptica.

Ese único combate de Billy Tully que presenciamos en el film es otro de esos momentos que sobrecogen al espectador por la información que Huston facilita sobre su adversario. El manager de Tully le prepara un combate contra un tal Arcadio Lucero, un boxeador de renombre que, para seguir en el mundo del deporte, oculta a la prensa y a la opinión pública que tiene problemas renales y que orina sangre cada vez que va al servicio. Debido a ese motivo, a Tully le resulta relativamente fácil vencerle. Pero, ¿es esto realmente una victoria? Al margen de esta cuestión moral, la escenificación de la escena es impresionante. Después de la victoria de Tully, todos abandonan el lugar. Cuando los encargados de mantenimiento limpian al completo el estadio, apagan las luces dejándolo todo a oscuras. A continuación, Lucero, con su maleta a cuestas, se marcha a casa cruzando uno de los pasillos dentro de una casi total oscuridad, poniéndose así de manifiesto que Lucero es, ahora, el clásico perdedor obviado por todos -excepto por el público que es el único que conoce el escaso mérito de la hazaña de Billy Tully.

En Fat City, se respira un ambiente de tristeza y de vacío existencial durante todo el metraje. Quizás ese fuera uno de los motivos que hizo fracasar el film en taquilla, pese a su calurosa acogida por la crítica internacional en el Festival de Cannes de 1972. Todo en Fat City es desolador: los suburbios de la ciudad en que transcurre, el oscuro porvenir de los protagonistas, la desmitificación de un deporte y de un estilo de vida que Huston conocía bien...

A tal propósito, el cineasta se esmera al máximo para que los detalles cotidianos que van a ser mostrados en la película causen de por sí esa sensación de abandono. La mediocridad de la vida de los púgiles, tanto de Tully -que convive con una alcohólica (espléndida Susan Tyrrell)- como de Ernie -que acaba casándose con una chica a la que ha dejado embarazada-, traspasa la pantalla y deja al espectador abatido en la butaca. Porque Huston nos convierte en cómplices al obligarnos a observar la inevitable caída en la amargura de ambos personajes, hecho que muestra además de forma implacable. El tono realista que recorre el relato por completo y la sencilla planificación con que se muestran todos los hechos contribuyen a hacer más creíble todo lo que estamos viendo, como si, en verdad, se tratase de un fragmento extraído de la realidad de la calle. La hermosa balada Help Me Make It Through The Night, compuesta e interpretada por el cantante Kris Kristofferson, pone la guinda a esa lamentable esfera de la existencia humana que nos retrata tan notablemente Fat City.

Una escena dentro de semejante cúmulo de magníficas escenas se me ha quedado grabada en la retina desde la primera vez que tuve ocasión de ver esta película. Se trata de esa imagen final en la que Billy y Ernie guardan absoluto silencio mientras toman un café en la barra de un bar. Los dos están con la mirada totalmente ausente, abstraídos, sin saber lo que les deparará el futuro. Es una de las imágenes más tristes que he podido contemplar en una pantalla de cine, pero también es, a la vez, una de las más emocionantes.

 

 

© Carlos Giménez Soria

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