Fat
City:
una historia de perdedores hustonianos
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"La
obra de Huston
no es tan interesante como
su propia vida"
Orson
Welles
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En
1987, fallecía a los 81 años de edad uno de los cineastas
más representativos de la Historia del Cine Americano: John
Huston. Tras de sí, dejaba un extenso legado de películas
en las que abordaba casi todos los géneros cinematográficos,
desde el cine negro, el western o el musical hasta el género
que más le definió como creador singular e inimitable:
el cine de aventuras, al que proporcionó films tan memorables
como El tesoro de Sierra Madre
(1948), La Reina de África
(1951), Moby Dick (1956) o El
hombre que pudo reinar (1975).
Antes
de dedicarse al Séptimo Arte, la vida de Huston anduvo por
los más insospechados parajes. En México, se incorporó
al ejercito revolucionario de Pancho Villa y, de regreso a los Estados
Unidos, inició una carrera literaria que le sirvió
para acabar desempeñando oficios tan dispares como los de
militar, boxeador, periodista, novelista o pintor. Una vez que consiguió
afianzarse en Hollywood como guionista, su labor se centró
exclusivamente en el cine, donde debutaría como director
en 1941 con El halcón maltés.
Ahora, transcurridos 15 años desde su muerte, a un servidor
le ha parecido propicio rendir homenaje a una de las figuras claves
del Séptimo Arte a través del comentario de una de
las obras más apreciadas por la crítica de cuantas
rodó el cineasta estadounidense a lo largo de la década
de los 70 y que, sin embargo, nunca ha gozado de una buena acogida
por parte del público. Se trata de Fat
City (1972), obra basada en la novela homónima
de Leonard Gardner y que guarda una estrecha vinculación
con los orígenes de John Huston como boxeador.
Una de las mejores presentaciones que se le puede hacer a este film
es comentar la sutileza que emplea Huston para narrar la escena
inicial. Por medio de planos encadenados y de una triste balada
country -interpretada por Kris Kristofferson- se nos narra
la vida cotidiana de la fauna humana que habita los suburbios de
la ciudad de Stockton: gentes paseando por las calles, pidiendo
limosna en las aceras, conversando en las escaleras de un edificio...
hasta que la cámara se detiene en la entrada de un hotelucho
y nos muestra el interior de una habitación en la que un
personaje absolutamente desconocido para nosotros permanece tumbado
sobre su cama en ropa interior. El hombre aparenta tener algo más
de treinta años. Se inclina hacia una mesita de noche para
hacerse con un paquete de tabaco que contiene un único cigarrillo
y se pone en pie tratando de buscar lumbre sobre el tocador y en
los bolsillos de su chaqueta. Todo transcurre con el ritmo natural
con el que sucede este tipo de cosas, dentro de un estilo narrativo
puramente contemplativo. Finalmente, el hombre desiste y vuelve
a sentarse en el borde de la cama mientras la música -no
diegética- se detiene. Asistimos a unos segundos de silencio
en los que ignoramos qué piensa el protagonista de la escena.
Acto seguido, se alza, se sienta sobre una silla y se viste para
salir de su cuarto. El tema musical de Kris Kristofferson se reinicia
y presenciamos como el hombre desciende las escaleras del hotel
para salir a la calle. Un plano general nos lo sitúa en la
acera frente a la puerta del hotel, indeciso y con el pitillo en
la boca. Al fin, toma una determinación: arroja el cigarrillo
a la calzada y sube de nuevo a su cuarto a coger una mochila con
la que empieza a recorrer calles hasta llegar a un gimnasio. Allí
hay tan sólo un muchacho joven que está entrenando
a boxeo. El hombre se viste con ropa deportiva y se pone a calentar
dando saltos con una comba. Al cabo de un rato, le propone hacer
un combate al muchacho y éste acepta. Después de sufrir
un tirón en la pierna, el hombre detiene el combate y se
pone a conversar con el chico. En este primer intercambio de palabras,
Huston nos presenta a los dos personajes que van a protagonizar
la película. El hombre de los treinta años es Billy
Tully (Stacey Keach), ex-boxeador profesional que lleva dos años
sin subir a un ring; el muchacho, que tiene tan sólo
18 años, se llama Ernie Munger (Jeff Bridges) y jamás
se ha ganado la vida con este deporte. Tully se sorprende porque
le ha dado la impresión de que el muchacho tenía un
talento que no se aprende así por las buenas y le aconseja
que vaya a ver a su manager. Con este modo de presentar los
personajes, el autor de El halcón
maltés pone en marcha todo un mecanismo argumental
articulado alrededor de dos figuras que, aunque proceden de pasados
muy distintos, van a empezar a tener un desarrollo vital paralelo
a partir de ese momento.
Tully ha malvivido desde que le abandonó su mujer y perdió
su último combate. Se gana la vida prestando sus servicios
como recolector en campos de cultivo. El contacto con el muchacho
le hace replantearse su carrera como boxeador. Por otro lado, Ernie
no tiene un medio estable de subsistencia y el consejo de Tully
le hace reflexionar hasta que, finalmente, decide presentarse en
el gimnasio del manager del ex-boxeador e iniciar su carrera
como púgil.
No se confundan: ésta no es una de esas historias de encuentros
casuales que concurren en finales felices y triunfales. El destino
común que unirá las vidas de Billy Tully y de Ernie
es el hecho de pertenecer a esa clase de personas a las que siempre
les toca la peor parte en el juego de la vida, es decir, la derrota.
Fat City es una historia pesimista
y melancólica de dos hombres que han nacido para ser perdedores
irremediables. La incipiente carrera de Ernie se irá al garete
del mismo modo que el pasado pugilístico de Tully. Sin embargo,
Tully volverá una vez más al ring para poder
darse cuenta definitivamente de que, como boxeador, está
acabado. Eso teniendo presente que fuese alguien realmente importante
en alguna ocasión -aspecto que nosotros no hemos podido contemplar
y que, por tanto, desconocemos desde una perspectiva óptica.
Ese único combate de Billy Tully que presenciamos en el film
es otro de esos momentos que sobrecogen al espectador por la información
que Huston facilita sobre su adversario. El manager de Tully
le prepara un combate contra un tal Arcadio Lucero, un boxeador
de renombre que, para seguir en el mundo del deporte, oculta a la
prensa y a la opinión pública que tiene problemas
renales y que orina sangre cada vez que va al servicio. Debido a
ese motivo, a Tully le resulta relativamente fácil vencerle.
Pero, ¿es esto realmente una victoria? Al margen de esta
cuestión moral, la escenificación de la escena es
impresionante. Después de la victoria de Tully, todos abandonan
el lugar. Cuando los encargados de mantenimiento limpian al completo
el estadio, apagan las luces dejándolo todo a oscuras. A
continuación, Lucero, con su maleta a cuestas, se marcha
a casa cruzando uno de los pasillos dentro de una casi total oscuridad,
poniéndose así de manifiesto que Lucero es, ahora,
el clásico perdedor obviado por todos -excepto por el público
que es el único que conoce el escaso mérito de la
hazaña de Billy Tully.
En Fat City, se respira un ambiente
de tristeza y de vacío existencial durante todo el metraje.
Quizás ese fuera uno de los motivos que hizo fracasar el
film en taquilla, pese a su calurosa acogida por la crítica
internacional en el Festival de Cannes de 1972. Todo en Fat
City
es desolador: los suburbios de la ciudad en que transcurre, el oscuro
porvenir de los protagonistas, la desmitificación de un deporte
y de un estilo de vida que Huston conocía bien...
A tal propósito, el cineasta se esmera al máximo para
que los detalles cotidianos que van a ser mostrados en la película
causen de por sí esa sensación de abandono. La mediocridad
de la vida de los púgiles, tanto de Tully -que convive con
una alcohólica (espléndida Susan Tyrrell)- como de
Ernie -que acaba casándose con una chica a la que ha dejado
embarazada-, traspasa la pantalla y deja al espectador abatido en
la butaca. Porque Huston nos convierte en cómplices al obligarnos
a observar la inevitable caída en la amargura de ambos personajes,
hecho que muestra además de forma implacable. El tono realista
que recorre el relato por completo y la sencilla planificación
con que se muestran todos los hechos contribuyen a hacer más
creíble todo lo que estamos viendo, como si, en verdad, se
tratase de un fragmento extraído de la realidad de la calle.
La hermosa balada Help Me Make It Through The Night, compuesta
e interpretada por el cantante Kris Kristofferson, pone la guinda
a esa lamentable esfera de la existencia humana que nos retrata
tan notablemente Fat
City.
Una escena dentro de semejante cúmulo de magníficas
escenas se me ha quedado grabada en la retina desde la primera vez
que tuve ocasión de ver esta película. Se trata de
esa imagen final en la que Billy y Ernie guardan absoluto silencio
mientras toman un café en la barra de un bar. Los dos están
con la mirada totalmente ausente, abstraídos, sin saber lo
que les deparará el futuro. Es una de las imágenes
más tristes que he podido contemplar en una pantalla de cine,
pero también es, a la vez, una de las más emocionantes.
©
Carlos
Giménez Soria
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