El
22 de agosto de 1846, era el siglo XIX bajo la influencia del
romanticismo, la palabra fue propuesta en la revista The
Atheneum (Revista Inglesa de Londres). Dicha revista publicaba
una carta firmada por Ambiosio Merton -seudónimo del
arqueólogo e investigador de tradiciones William John
Thoms-, fechada el 16 del mismo mes, para designar aquel sector
del estudio de las antigüedades y la arqueología
que abarca el saber tradicional de las clases incultas en las
naciones civilizadas. En Inglaterra se llamó Antigüedades
Populares o Literatura Popular. Se trataba de un
arcaísmo sajón que rápidamente se difundió
en un sentido ambiguo, tanto para denominar la nueva rama de
conocimientos, como su objeto de estudio, es decir, el "saber
popular", "lo que el pueblo sabe".
El arqueólogo británico William John Thoms pide
en su carta que sean recogidos, con destino a las nuevas generaciones,
los usos, costumbres, ceremonias, supersticiones, baladas, proverbios,
etc., del viejo tiempo, de lo que se considera ya mucho se ha
perdido, pero de lo que aún hay mucho más que
podría ser rescatado "con un esfuerzo a tiempo".
A pesar de que hoy no se disiente sobre la ubicación
de los estudios folklóricos dentro de la ciencia
de la antropología cultural, mucho se ha discutido acerca
de la extensión y, naturaleza de los mismos.
En 1878 en Londres se fundó la primera sociedad folklórica.
En Francia apareció la primera revista, Melusine
(1875), y se realizó el Primer Congreso Internacional
sobre este tema (1889).
El criterio más amplio es el sustentado por Pitré
y Lang, que establece como campo de la investigación
folklórica el estudio de las culturas de los pueblos
no civilizados actuales y pretéritos. Según
esta concepción, o bien se identifican los objetos de
estudio del folklore y la etnología, como lo sostienen
Lang y Paul Sebillot, o se los distingue mediante la limitación
del campo de lo etnológico a la cultura material, reservando
para lo folklórico el terreno de la vida espiritual,
es decir, de las supersticiones, leyendas, cuentos, canciones
y música popular.
Así lo entienden los investigadores que provienen del
ámbito literario o artístico y también
algunos antropólogos como Herskovits.
Cabe señalar que otras corrientes modernas ostentaron
una diferenciación metodológica por entender que
no podía limitarse el campo de lo folklórico
a lo estrictamente espiritual.
Marinus y Corso ya lo insinúan al definir con claridad
el concepto de "pueblo", que resulta ser el estrato
folklórico, en contraposición al superestrato
culto y al superestrato etnológico formado por los elementos
aborígenes no asimilados a la cultura oficial. De este
modo los objetos de estudios del folklore y la etnología
abarcan la totalidad de los patrimonios culturales de dos grupos
sociales, que se distinguen por su posición frente a
las instituciones y a la cultura de la nación civilizada
en que residen.
La cuestión, de escasa importancia en Europa, donde los
núcleos indígenas son casi existentes, se complica
y exige un claro deslinde allí donde viven grupos aborígenes
en los que la asimilación de la cultura occidental ha
sido escasa o nula.
Los antropólogos Tylor, Frazer y otros han encontrado
en sus estudios comparativos de folklore numerosas analogías
en las costumbres, creencias y manifestaciones artísticas
de las culturas populares en todas las partes del mundo.
No es el folklore lo que se descubre en ese momento,
ya que siempre existió, aunque con otros nombres, sino
la palabra Folklore, que desde entonces se constituye
"en una bandera a cuya sombra todos trabajan en la misma
orientación". Desde entonces la palabra distingue
a los materiales que vienen de la honda del tiempo, y designa
además su estudio.
Desde 1931, y a proposición de Navascués, se reserva
el sustantivo común folklore para los materiales
que luego estudia el folklore, la ciencia señalada
con el nombre propio.
El terreno que abarcaron estas investigaciones fue, al principio,
muy reducido. Primero fueron estudiados los cuentos populares;
más tarde, las canciones, y por último o en fín,
uno tras otro, todos aquellos elementos particulares de la vida
social, materiales y espirituales, de los que no se ocupa ninguna
otra ciencia. El folklore tiene contactos con la economía
política, con la historia de las instituciones, del derecho,
del arte, de la tecnología, sin confundirse en modo alguno
con tales disciplinas.