Llueve
despacio en mi pasado. Oigo su voz:
Viene ausentarse para siempre.
Un perro ladra desde lejos,
Su dentadura aferrada a mi costado.
Quién me arrebata la niñez,
Qué muerto viene a visitarme;
Trae el abandono entre las manos,
Algas enredándose en mi pelo.
Vuelvo la cabeza: miedo a perder la memoria.
Javier Azpeitia, de "Miedo a perder la memoria"
El
arte de morir[1]
es, según la definió su propio director, Alvaro
Fernández Armero, "una
película ecléctica que entronca con el cine de
ahora, de flash-backs y sin percepción real. Sin ser
una referencia podría tener algo de Matrix, Crash o Gattaca
Todo es asfixiante, claustrofóbico e inususal: los decorados,
la fotografía, el vestuario. Un grupo de jóvenes,
casi sin pasado pero ya con una losa sobre sus espaldas, un
hecho desgraciado que les cae encima como una maldición
y que marca sus vidas, buscan una explicación al final
del túnel en el que parecen haberse perdido, pero esa
explicación no llega, y cuando llega es mejor no escucharla."
El objetivo más básico, entonces, fue "meterle
al público el miedo en el cuerpo. Se trata de transplantar
el modo de pensar y ver del cine europeo, a este género
que parecía ser patrimonio casi exclusivo de los americanos".
La
película como producto comercial no se plantea, pues,
mayores trascendencias, que incluirse en el género del
terror. Pero, puesto a nuestra disposición para examinar,
y ponderar, puede servirnos para enlazar con estructuras y estilos
de la narrativa como, por ejemplo, la novela breve de Hugo Burel,
El guerrero del crepúsculo[2]
(ganadora del último premio de Narrativa Lengua de Trapo
) que nos zambullen de lleno - o al menos eso pretenden -- en
el mundo "después de la vida y antes de la muerte".
Y
tanto en el cine como en la narrativa, el flash back se establece
como estilo de la memoria agonizante, o deambulante. Incluso
podrían encontrarse asociaciones entre el monólogo
interior (desde Mientras agonizo, de W. Faulkner) narrativo
y el punto de vista fílmico, la claustrofobia como efecto
en el espectador.
Tanto
en la película como en la novela, existe un guía
hacia el más allá, un personaje que cumple las
funciones de Virgilio: el despreciable doctor Andrassy en El
Guerrero del Crepúsculo, tan diferente al Nacho de
El Arte de Morir.
Transcurridas casi dos terceras partes de El arte de morir,
suenan las reveladoras palabras de Nacho (Gustavo Salmerón),
quien, tras ser asesinado por un grupo de sus amigos, es el
Virgilio encargado de conducirnos por el delta, el laberinto
de círculos de este mundo más allá de la
vida, que aún no sabemos si es infierno o purgatorio
"Tardamos nueve meses en nacer.
Tal vez la muerte sea un proceso lento. y tardemos meses en
morir"
Así, el ánima de
Nacho nos guía por este infierno pagano, o agnóstico,
creado por las mentes de sus jóvenes asesinos.
Que
el infierno está dentro de nosotros es un concepto encarnado,
por ejemplo, para enlazar con el mismo tema, en las dos películas
de A. Amenábar Abre los Ojos y Los Otros.
En El Arte de Morir, salvando todas las distancias, casi
inconmensurables, entre ambas películas, las muertes
sucesivas de cada uno de ellos no tienen porqué interpretarse
como una venganza de Nacho: dentro de la mente de Iván
(Fele Martínez), y de Clara (María Esteve), son
avisos, signos de lo que "en realidad" pasó
al incendiarse la casa mientras intentaban desenterrar el cadáver
de Nacho. Es decir, lo que creen presente no es más que
recuerdo de un pasado clausurado para siempre, en cuanto vida,
que una y otra vez recorren (por esto es laberinto), engañándose
en su creencia de que todo sigue discurriendo en el mismo plano
de realidad. Es decir, encontramos la idea , que tanto juego
dará, de los diferentes planos coexistentes y simultáneos,
planos temporales. Y este juego es mucho más que un flash
back, o retroceso desde un punto b a un anterior punto
a del tiempo, como puntos fijos, ya que la memoria de
los personajes se desordena como la misma narrativa fílmica,
que se puede volver , en este juego del laberinto, muy poco
coherente.
No hay en El Arte de Morir posibilidad de enfoques o
sugerencias teológicas, como en Los otros, de
cuyos personajes se puede decir que son como los condenados
al infierno, y al purgatorio, que viven en las tinieblas del
desconocimiento y la ausencia de la luz de Dios. Los personajes
de El arte de morir se aferran a su vulgaridad (todos,
menos Nacho), al uso del lenguaje común sin casi doble
sentido posible. Aunque carece El arte de morir de suficiente
intensidad - a mi entender, le sobran varios minutos, hay diálogos
sin pulir que carecen de significación, y , en cambio,
otros sugerentes: como la explicación de que Nacho empuja
a la muerte a cada uno de sus examigos, para alimentarse de
sus recuerdos y no perderse en la nada . Nos deja el regusto
de lo siniestro, induciendo a un tipo de reflexión diferente
al del film de Amenábar (por su mayor falta de coherencia):
palabras para un cultivo de ideas en disipación [3]
en tonos azules, gama que predomina en la fotografía
de la película de Fernández Armero.
El mecanismo de la narración es muy similar en ambas
películas, salvando todas las distancias. Los personajes
que las narran están muertos, pero no lo saben, como
aprendemos en Los otros en el desenlace, y en la película
de Fernández Armero gracias al revelador encuentro entre
Nacho y su mejor amigo, Iván, en una fantasmagórica
y desierta estación de Metro. Vivimos, en todo el tiempo
de narración de la película, en el universo irreal
de unos seres irreales (ánimas), en unos mundos hechos
de sus sueños y de sus recuerdos, siempre mezclándose,
de los fragmentos de una memoria ya no agonizante, sino traspasado
el umbral, una memoria en descomposición, putrefacta
como los cuerpos de sus protagonistas
que se desmorona
en torno a un hecho central.
Las funciones que, en Los otros, desempeñan los
tres sirvientes de la neurótica Grace, en El arte
de morir las cumple Nacho, y en El guerrero del crepúsculo,
el cirujano alcohólico (el ya mencionado doctor Andrassy)
que es el cirujano que opera (llevándolo a la muerte)
al mismísimo narrador. Estos personajes (los tres criados,
Nacho, Andrassy) son "intermediarios", guías,
ánimas que dan la bienvenida a la revelación del
ser nuevos habitantes del más allá, en la ultratumba
o en el tiempo insondable del cerebro en estado de coma (en
el caso del narrador de El Guerrero del Crepúsculo)
, instantes o meses del encefalograma plano (imagen simultánea
en las pantallas, y alucinación que precede a la muerte
de uno de los personajes de la película de Fernández
Armero).
Ante la revelación, los enigmas tienen una respuesta,
aunque sea atroz, y cada palabra que hemos escuchado antes se
nos descubre preñada de significados:
"nuestra
mente es el peor fiscal
Las alucinaciones de la esquizofrenia
sirven para ocultar un fantasma que nos acusa de algún
crimen", insinúa la psicóloga
que consulta Clara, para saber si Iván - quien dice conversar
con el fantasma-se está volviendo loco:
Con perfidia, como en El guerrero
, cuenta el Dr.
Andrassy:
"La
necesidad del error justifica lo que somos, así de sencillo.
Un cálculo fallido en el plano de un edificio origina
el derrumbe con muerte de los ocupantes, la copa de más
del conductor es la mala maniobra que precede al atropello con
aplastamiento de masa encefálica. Un tajo infinitesimal
en un delgado nervio deriva en la mano estropeada del pianista.
Luego, la que queda buena sostendrá el revolver que venga
o suicida. La cosecha es infinita y por ella vamos nosotros,
los intermediarios.
¿Ustedes? ¿Quiénes? pregunto,
y mis palabras suenan vacías, inútiles.
Los que hacemos el favor y facilitamos el pasaje. A veces
la barca se tranca, se extravía o no quiere avanzar.
Lo llamamos "el último trámite".
Sigo sin entender digo, y Andrassy se impacienta.
No tiene por qué entender nada: no se trata de
entender, la cuestión es aceptar. La palabra esperanza,
y la palabra espera tienen la misma raíz y aquí
solo hay lugar para una sola.
"
(pág. 88)
Las tres obras, novela y películas, también se
leen retrospectivamente, ya que el desenlace nos lleva a reorganizar
(en escasos minutos) toda la información que se nos ha
ido revelando fragmentariamente, misteriosa y hermética
hasta que cada pieza adquiere su valor en el gran rompecabezas
que se juega desde el inicio. Escenarios recordados una y otra
vez, que van perdiendo elementos hasta desaparecer en la niebla
del olvido [4],
cotidianeidad que revela nuevos aspectos, y nos seduce con la
intriga de lo incomprensible, aunque siempre late, por detrás,
acechante, la amenaza de la revelación que destruirá
la espera y la esperanza: estamos en la muerte, en un presente
eterno, aunque sea posible volver atrás, al pasado que
conduce por interminables puertas, cada vez más adentro
del laberinto
Tal vez no haya salida, aparte de este conocimiento,
en un largo proceso que recuerda a un purgatorio, ya que en
cada caso (menos en la novela) hay un crimen que purgar
La memoria en descomposición se va borrando, pero a la
vez puede organizarse en miles de fragmentos de un gran caleidoscopio,
como nos cuenta Gabriel Calavieri, el narrador de El guerrero
del crepúsculo , o tal vez, en un anillo de Moebius
[5].
O, como se nos cuenta en la mencionada película de Amenábar,
Abre los Ojos, como una realidad virtual superpuesta
a la ficticia-real, de tal modo que resulta imposible distinguir
la vida de la muerte y del sueño.
Notas
y Bibliografía:
1.
El arte de morir, dirigida por Álvaro
Fernández Armero, 2000. Guión: Juan Vicente Pozuelo
y Francisco Javier Royo.
2.
El guerrero del crepúsculo, de
Hugo Burel, editorial Lengua de Trapo, Madrid, 2001.
3.
Algunas de las características que Calabrese encontró
dentro de nuestro tiempo, al que define como neobarroco, son
la inestabilidad y metamorfosis, la complejidad y disipación,
así como el desorden y el caos. Omar Calabrese: Neo-Baroque:
A Sign of the Times. Princeton: Princeton UP, 1992.
4.
Hay
un antecedente de esta pérdida material , este despojarse
de objetos el mundo, en destrucción entrópica,
en la novela de Rosa Montero, Temblor (Seix Barral, 1990), que
también partió de la hipótesis "¿qué
pasaría si hubiera un mundo que sólo existiera
si alguien lo pensase?"
5.
Como
sucede también en la fascinante novela de Javier Azpeitia
Hipnos (Lengua de Trapo, Madrid, 2002) y en el cuento antecesor
y precursor "Anillo de Moebius" de J. Cortázar
(en Queremos tanto a Glenda, c. 1983). Este último cuento
penetra en el monólogo de una mujer violada y asesinada,
cuyo fantasma busca unirse a su verdugo.