Otro
cálamo para mis engendros,
otra musa para mis fechorías,
otro pastor para mis rebaños
perseguidos por hambrientos lobos
extramuros, fuera de la jurisdicción
de mis delincuentes incorruptibles.
Frío
el dictamen de severas damas
emitido a hurtadillas, en la transición,
cuando mi guarnición de ángeles malditos
en fuga por el edén en llamas,
y mi más fiel esbirro borracho
en el lecho de honestas odaliscas.
Condecorado,
pues, de impurezas,
todo lo abyecto del sueño rezumado,
con un hilo de tinta perecedera
de sorpresa sobre páginas blancas
en pánico, en rápido armisticio,
en tregua con letra sórdida asumida.
Subid
conmigo a los altos torreones,
mirad el desmedido crecimiento
de la congoja, de fornicaciones
a deshora, en mitad de ceremonias
protocolares, en bancos y burdeles,
mirad
la intachable rosa rilkeana
desnudándose en cancillerías,
en representaciones consulares,
en cortes y catedrales, la gran puta.
Taciturna
dama inconmovible
en tu solio de egregia basura,
todas mis culpas de juglar proscrito,
todas mis fechorías de paje del orden,
de acólito de númenes de Itaca,
en
tu balanza infalible depuestas,
en tu mano nívea garabateadas,
en tus ceremonias de siglos fundidas,
en tu corazón de numen guardadas.
De
la lira al estupro, del cálamo
al homicida puñal, graves damas,
sólo un movimiento de un dedo de Dios,
sólo un repliegue de la retina
exhausta en su vigilancia ritual.
|
Otra
musa para mis desvelos,
otro rol para mi oficio de histrión,
para mis engendros doliviantados,
de corte en corte mendigando su pan. |