17
diciembre 2002

 

 

Felipe
    García

Quintero


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Poemas

De: vida de nadie, 1999
De: piedra vacía, 2001
De: la muerte, bis, 2002

eom
Volver a Aire

 

 

 

 

 

 

17
diciembre 2002

Felipe
     García

Quintero


eom
Volver a Aire


Poemas

 

De: vida de nadie, 1999

 

***

          Mi madre gorda cuando duerme parece una ballena encallada en la playa. Entonces río, y mis ojos que la miran desde el sueño, se vuelven agua de su océano y mis manos arena de la orilla.

          Mientras duerme pienso si la vida se entrega a la tierra como las ballenas, y si en vano ahora intento mover su cuerpo hacia las aguas que no quiere más visitar

 

***

 

          Mi casa, como el desierto, no tiene techo ni puerta, sólo boca.

          Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos, sólo una mano empuñada la sostiene.

          Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando mis huesos al vacío que resta.

          La casa es oscura como mi voz en sus corredores.

          Vivo en la casa que camino, la que acecho y me persigue como el gusano tras la carne enferma.

          A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo

 

***

 

          Poco a poco el silencio ha ido llenando mi alma de ruidos, con pisadas temerosas como de fiera perseguida por el temblor del corazón que afila su cuchillo.

          Es la ciega voz que mantiene abiertos mis ojos.

          Y -entre mí- pienso en el otro cielo que afuera de la casa me espera: mi cielo, el que inventa la lluvia en un rincón de la calle.

          Un cielo de aguas podridas. De ahogada luna turbia, salvada del lodo por la mano del sueño.

          Cielo mío de aguas podridas, sólo en tu carne brillan mis dientes caídos.

          Cielo repentino de orín de invierno, ven a llenar con tu cuerpo mis manos vacías de ciego sin tacto. Cielo mío de pájaro sin cielo. Cielo de agua de vientre.

          Cielo mío, hondo como la piedra

 

***

 

          Viajo en un tren de veintiún vagones conducido por todos mis muertos. Miro a través del cristal roto de la ventana una batalla de mariposas mutiladas por el cielo quemado de mis cinco años.

          Converso con los árboles de la intemperie que desaparecen en mis ojos; los que no tienen camino, con los pájaros que son ya recuerdos del viento.

          Yo tampoco sé que tierra es ésta

 

***

 

          Los pájaros clavan sus picos en mi carne.

          Sobre mis palmas reposan. Beben el agua de mis ojos y mi lengua calla. La dicha de ser su alimento no me alcanza.

          Otra será mi gloria, no los cielos.

 

De: piedra vacía, 2001

 

***

          evito las palabras. A cada palabra evito las palabras.

          Con cada paso. Cuando escribo no quiero usarlas, no quiero tocarlas cuando hablo.

          Escribo para dejar de escribir:

 

***

 

          traes un poco de pan y algo de vino para alimentar la vigilia en la noche de tu alma.

          Al fondo de tus ojos miras las manos que ofrendaron sus huesos para construir la casa y llenarla de palabras.

          Mientras, la escritura en la oscuridad crece con el parpadeo de las llamas, tu corazón calla; su temblor cesa de latir.

          De pronto ya nadie existe.

          Estamos solos y sólo en ella piensas. Te entregas al vino de la risa y al pan del silencio, y a tus recuerdos: estos pensamientos que inflaman tu lengua y arden como las palabras que te consumen.

          Y quieres morir, y para eso escribes:

 

***

 

          uno cree en la escritura. Que la escritura es aire, y basta.

          Mas el lenguaje habita la intemperie de la casa, persiste en la humana gravedad.

          Porque escribir es cargar con la procesión de tu vida, con los enseres que no caben en otro rincón que no sean los días, que uno tras otro son la nada.

          Porque la muerte es irse y ya.

          Y es la voluntad del amor el morir.

          Sí, el amor del morir, la única escritura:

 

***

 

          recuerda, alma mía, que vamos a morir.

          Será bajo la lluvia discursiva que traen los recuerdos, la que anuda las manos a la escritura.

          Sin queja moriremos. Esta será la noche y no habrá otro lecho para morir, porque la muerte es la hierba del deseo que se alimenta con el cuerpo.

          (y la luna en el cielo miro: caballo que inmóvil se desboca)

          Recuerda que más tarde, vendrá la hoz y seremos uno en las manos del pastor nocturno:

 

***

 

          tal vez, y por su fin, estas palabras digan algo.

          Lejos ya del mundo y de la mano que las traza, pueda estar el camino.

          Quizá, alguna tarde de otro cielo, estas palabras se levanten y vayan por ahí en paz y sin nombre entre el polvo nuevo.

          Tal vez, porque no al fin, por su fin, estas palabras digan algo, no pidan nada:

 

De: la muerte, bis, 2002

 

***

la nada toca mi mano con su voz
expulsa el aire del paisaje
cuando levanto la mirada del polvo para preguntar

¿quién vive?

¿soy yo alrededor sin mí?

la nada toca con su mano mi voz
escucho así las nubes dispersar mis pensamientos sobre la piedra
formas del silencio escrito por un cielo roto de preguntas

soy yo me digo para esconder el miedo afuera

donde oculto de mí vigilo la sombra espiar mi voz

 

***

 

no digo aquí el día, allá la noche
el sueño o la realidad

no digo aquí el río dentro, allá el agua en la piedra vacía
ni en mi mano por mi boca el mundo

digo la noche sueña el día en que despierta la realidad es desvelo, cuando el origen del río es la piedra

profunda sombra, viento detenido la piedra

así juntos por última vez en la herida del comienzo que perdimos al tomar las palabras y entregar más palabras sin mundo al mundo de palabras, una seguida de otra como el rosario en la oración de mano en mano la vida hasta saltar al abismo de la duda

en la descosida realidad tejida por una mano ciega como una colcha de retazos que nos cubre la desnudez y el hambre del corazón

y para esto hizo el hombre al lenguaje humano

para desatar los paisajes
en la mirada del pensamiento
para no andar solos. Más el hombre menos en la suma del mundo

que resta la realidad como el hilo roto de la escritura hace de la colcha remiendo de su horror

yo no digo yo
solo recojo mis pedazos del lenguaje para el todo silencio al fin juntar

 

***

 

¿quién en la voz
distingue luz de tinieblas?

¿quién puede decir vivo, en la voz, quién al callar muero?

¿quién el silencio, cuál en nosotros el habla?

hora del ayer:
mañana de un antes del somos solos juntos única sombra

¿quién la alegría de su sangre ofrece?

¿quién en llanto bebe su vino?

 

***

 

riego mis ojos con saliva
para darme de beber de esa agua que ya no tengo
la voz que ya no soy en la mirada que me abandona

el animal del pensamiento en la luz hiere

toco con mi lengua las manos
y me inclino ante mi sombra
que me sostiene entre las piedras

el polvo de ser un nombre

¿Me llamo? ¿Me oiría si gritase adentro de mí?

si me persigo en mi voz que no alcanzo a decir obediente a la costumbre del silencio como el perro en torno

 

***

 

¿puede una mano enterrar el aire que la sostiene?

¿puede el aire ser sepultado en un puño de tierra junto al pecho como un gesto natural del habla?


¿puede esa mano ser aire para luchar contra lo invisible?

¿puede lo invisible del mundo ser visto por el lenguaje como el cuerpo en su sombra?

es el alto destino de caer

 

***

 

así el amor nos quite los dientes, y en el polvo temblando la furia nada sean para el mundo su escritura

triste delirio donde ya no estamos

de todo cuanto dijimos sólo queremos ser lo que se aleja roto entre las manos por el aire

y si por el amor perdimos los dientes, pudiéramos en el grito amar el silencio, si ahora la risa queda

 

***

 

          pobre rabia mía, poco eres para encender el canto

          tu llama no alumbra los ojos ciegos que miran todo en su calma arder

          pobre rabia mía, leño de mis ramas con que palpo el aire vacío

          apenas un bastón para la noche cruzar y el manto de la voz a oscuras queda

 

***

 

(resulta natural, y así acontece, que en un instante perdamos el camino, y la vida escrita sea extraña a ese modo ahora antiguo de respirar. Aunque el aire es invisible a nuestras manos, algo hace en la voz que su fuerza espere con mayor paciencia. Si la dicha estalla y reímos en el extravío, no habremos perdido la luz ni el horizonte. Basta con vivir dibujando el aire que nos abandona, el hálito de un cuerpo cansado de su sombra en la muerte. Y si esa luz no alcanza, de la oscuridad será la mano que abra su palma para beber el amor y tocar en el fondo de ese silencio la superficie del nombre donde las palabras a otro cuerpo se unen como las ramas en el viento al cielo)

 


©
Felipe García Quintero  

 

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