15
octubre 2002

 

Mario
Sampaolesi
  


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Puntos de colapso

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15
octubre 2002

Mario
  Sampaolesi


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Volver a Aire

La realidad es, en la poesía de Mario Sampaolesi, una experiencia que asume dramáticamente. De allí que la mirada del poeta la defina en situación de perpetuo conflicto, de "puntos de colapso, estallidos". Lo guía en esta empresa un pensamiento de extrema sutileza, pero no explicitado sino inmerso en las imágenes de rica inventiva metafórica, apelando al misterio y la sugestión.
La variedad del mundo se manifiesta aquí en la intensidad de sus múltiples rostros, profundidades y vacíos, impregnada a la vez por una lucidez lírica que las palabras encarnan en prosa libre, atenta a su propio ritmo, escritas no sólo para el entendimiento y la sensibilidad sino también para el oído.
Conocimiento y música se conjugan así para elaborar en este libro una expresión de excepcional nivel en el panorama actual de la poesía argentina.

Joaquín O. Giannuzzi
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15
octubre 2002

Mario
  Sampaolesi


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Fragmentos del libro
Puntos de colapso

 

 

Fue será una quietud apartada de todo, desprovista de todo: una postura recta que se separa del concepto de lo otro: se sumerge en su identidad, en su esencia sin lenguaje, sin trascendencia.
Sólo el sentido último del vacío; el ritmo de ese vacío contiene al silencio y con su potencia desflora, deshoja:
provoca el otoño, modifica la aurora.

 

 

 

La formación, la parte, el conjunto, la identidad, lo que indica y señala: provocan.
Aún con su precario atractivo, la intemperie del vuelo advierte sobre la posible potencia de esa carne, de esa densidad que se aloja alojaría en alguna de las infinitas formas de lo creado:
idea de saciedad, de despojo, de frecuencia.
Únicamente existe la posibilidad de múltiples combinaciones, encuentros, puntos de colapso, estallidos.

 

 

 

Viento: el sonido estereofónico del viento.
El viento es un aullido.
Sopla continuamente en mi cabeza.
La traspasa aquí en la montaña.
Marrón
            blanco
                       amarillo
                                    celeste.
Todos estos colores están en mí.
Forman mi cuerpo, lo componen y descomponen.
Se vuelven banderas.
En la cima, en lo más alto hay una bandera.

 

 

 

Buceada por la claridad, la penumbra opone a la luz desplazamientos oscuros; estremecimientos de una esclavitud, de una condena a la posibilidad del tacto, del encuentro.
Acosos, intimidades, túneles, rincones aislados y húmedos; muros sobre los cuales se descifran descifrarán nombres como llamados, como plegarias.

 

 

 

Escalar una montaña no es fácil.
Es necesario sobre todo tener valor y más todavía si uno la escala para tomar fotografías.
Dicen también que en la montaña se está más cerca de Dios.
El aire es más puro, etc.
Debe ser verdad porque siento esa cercanía.
Cuando me detengo y escucho el viento, escucho nada más que el viento.
Cuando me aplasto contra las piedras, solamente me aplasto contra las piedras.
Debe ser cierto.
En la montaña Dios está más cerca.

 

 

[...]

 

 

Aquella especie de erosión desintegra desintegraría junto con la voz, el grito; el aullido será sería desde el pozo, desde ese dolor alambrado: esa membrana elástica cubre como larva, como niebla.
Esperanza maníaca.

 

 

[...]

 

 

Ensimismarse, ennegrecerse, emerger desde ciertos momentos clave (como unidades de columpio) o desde una incierta luz que se recuerda de ninguna parte:
volverse surco, estela, la ruta imaginaria que deja el movimiento de las nubes; soñarse señalamiento del deseo: ecos, profanaciones.

 

 

 

La cueva debe ser abandonada, me digo.
Pero antes debo hallar un camino.
Todavía no sé, ni entiendo por qué antes debo hallar un camino.
No hay lugar adonde ir, ni sitio que encontrar, ni ciudad en que vivir.
Estoy en la montaña y eso es todo, y todo lo que hay a mi alrededor es la montaña.

Debo hallar un camino.

 

 

[...]

 

 

Pero en lo recóndito de todo placer, existe una identidad. Se oculta y poco a poco desaparece.
Se vive de pérdidas, de acontecimientos (se suceden como fragmentos de una música). Desarmonías, desplazamientos se imponen se impondrían a esa idea de felicidad agazapada en la sangre:
si tan sólo hubiesen sido promesas quebradas por el infierno, abortadas en su posibilidad de paraíso por falta de profundidad, por extremos sin límites, por carencia de amor.

 

 

 

Escucho el ruido de la noche al romperse contra la montaña.
Imagino la dureza del golpe, la salpicadura de sombras geométricas, de partículas negras, filosas, cortantes.
Pienso en mi vida anterior y me parece lejana y absurda.
Absurda y lejana.

La noche, el viento, se rompen contra la montaña.

 

 

[...]

 

 

El albor de una nueva situación despeja de niebla el escenario donde transcurre el drama.
Todo texto reproduce sensaciones vitales. Toda sensación vital transmuta o puede transmutar en texto.
El olvido es sueño

 

 

 

Mientras avanzo, el paisaje retrocede.
Mientras asciendo, una parte de la montaña desciende.
Cuando grito, la montaña enmudece.
Cuando estoy en silencio, escucho el paisaje.
Esto es y no es verdad al mismo tiempo
.

 

 

[...]

 

 

Me siento de cara a la piedra.
En el silencio de la naturaleza solamente me siento de cara a la piedra.
No contemplo
                     no pienso
                                     no hablo
                                                   no escucho.
No hago ningún movimiento.
Cada instante es como esa mancha de agua que empequeñece evaporándose rápidamente sobre una arena ardiente.
Puedo ver cómo desaparece

Así es este momento y otro y otro.

 

 

[...]

 

 

© Mario Sampaolesi   

Los puntos entre corchetes indican las omisiones realizadas
por limitaciones de espacio y tiempo.

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