15
octubre 2002

 

Carlos
    Marzal

  


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Selección de
poemas

Selección de
poemas

 


De
El último de la fiesta:

Otra cita

El último de la fiesta

De La vida de frontera:

La noche antes del viaje

Consolación de la literatura

 


De
Los países nocturnos:

La lluvia en Regent's Park

De Metales pesados:

El origen del mundo

Decrepitud

Servidumbre de paso

Selección de
poemas
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Volver a Aire

 

 

 

 

 

 

15
octubre 2002

Carlos
  Marzal


eom
Volver a Aire


Otra cita

 

Mañana escribiré. El poema está hecho.

Se perderán definitivamente

-quizá ya se han perdido-

los hábitos que anteceden al día del dictado:

el capricho con que un tema nos busca,

el hallazgo del metro necesario,

la memorización de los versos finales.

Todo se perderá definitivamente,

Porque ha llegado la hora de escribir.

A esas citas uno acaba acudiendo

tarde o temprano.


Ejercicios idénticos

nos conceden la ilusión de avanzar:

la sagrada violencia del fuego,

relegar al olvido un rostro del amor,

una breve y feliz convalecencia.

Mañana escribiré. Y volverán los hábitos

que acompañan al día del dictado:

el capricho con que un tema se pierde, se transforma,

las dudas sobre el metro necesario,

la modificación de los versos finales.

Después se hará el silencio una vez más,

como si nunca hubiese dicho nada.

Y sabré esperar de nuevo,

soportaré la idea de que toda palabra

bien pudiera ser la última.

Siento nostalgia de momentos antiguos.

La impotencia de escribir, en aquel tiempo,

era capaz de herirme.

Hoy ya sé que a las citas se acude

para poder librarnos de las citas.


Ignoro si soy dichoso o desdichado.

El caso es que mañana escribiré.

 

 

Del libro: El último de la fiesta.

© Carlos Marzal   

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15
octubre 2002

Carlos
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El último de la fiesta

 

III

 

Has apurado el plazo

que la noche te había concedido,

y a quien la luz ha de traer

ya lo conoces.

Si vuelves hacia casa, con tus pasos

volverán sus pasos. Y a tu fatiga

su fatiga habrá de acompañar.

La fiesta ha terminado y queda su enseñanza:

como una vieja deuda contraída,

nada hay más imposible que escapar de nosotros.

Ya se aproxima el alba, y nadie ignora

que todo plazo acaba por cumplirse,

que toda deuda acaba por pagarse.

 

 

Del libro: El último de la fiesta.

© Carlos Marzal   

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15
octubre 2002

Carlos
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La noche antes del viaje

 

Deseo lo que habrá de venir, pero aún deseo más

que lo que haya de ser sea un recuerdo,

otro nuevo episodio que permita, en un breve futuro,

distintas noches previas al día de partida,

puesto que en esas horas el vivir se descubre

con una fuerza extraña que el viaje no conoce,

y que el deseo nunca podría contener.


La vida antes del viaje no parece vida,

sino un ofrecimiento

imposible de ser ya defraudado.

Nuestras fieles rutinas no conciernen

a quien se marchará, y el día de mañana, inabarcable,

excita los sentidos, aviva la esperanza

y nos impide el sueño. El tiempo cotidiano,

aunque nos pertenezca, en el recuerdo es torpe,

y ese distinto tiempo que se aguarda

tiene un lugar para creer posible

que otra será la vida que suceda.

Más próxima a la idea que tenemos

La noche antes del viaje.


Todavía unas horas demoran la partida

y ya quiero volver para esperar de nuevo.

 

 

Del libro: La vida de frontera.

© Carlos Marzal   

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Carlos
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Consolación de la literatura

 

Por las aguas del cuerpo y de la mente,

la ciudad fluye hacia ninguna parte.

De vivir nos consuela sólo el arte,

que es estar con la gente, sin la gente.

 

 

 

Del libro: La vida de frontera.

© Carlos Marzal   

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15
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Carlos
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La lluvia en Regent's Park

 

Debe de estar lloviendo en Regent's Park

Y una suave neblina hará que se extravíe

la hierba en el perfil del horizonte,

los robles a lo lejos, las flores, los arriates.

Pausada, compasiva, descenderá la lluvia

hoy sobre el corazón de la ciudad,

su angustia, su estruendo,

sobre el mínimo infierno inabarcable

de cada pobre diablo.

Igual que aquella tarde en la que fui feliz,

igual que aquella lluvia

que me purificó, caritativa.


En las horas peores,

cuando el desierto avanza,

y no hay robles, ni hay hierba, cuando pienso

que no saldré jamás del laberinto,

y siento el alma sucia,

y el cuerpo, que se arrastra,

cobarde, entre la biografía,

la lluvia, en el recuerdo, me limpia, me acaricia,

me vuelve a hacer aún digno,

aún merecedor

de algún día de gloria de la vida.

La amable, la misericordiosa,

la dulce lluvia inglesa.

 

 

Del libro: Los países nocturnos.

© Carlos Marzal   

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15
octubre 2002

Carlos
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El origen del mundo

 

A Felipe Benítez Reyes

No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre,
como una cotidiana tarea conyugal;
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda.

No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde
detrás de los trabajos amorosos
y de las efusiones de la literatura.

El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tarea del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.

Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan
la rosa cicatriz de brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de su hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
                                    Nos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.


La pretérita flor.


Húmeda flor atávica.


El origen del mundo.

 

 

Del libro: Metales pesados.

© Carlos Marzal   

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Carlos
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Decrepitud

ASILADOS en una infancia obscena,
en el exilio de su misma sombra,
desde un limbo de hielo,
                                                 derritiéndose,
los viejos testimonian, sin enigma,
sobre el enigma viejo de estar vivo.

Gota a gota en presente, son futuro,
evanescencia al fin fuera de tiempo,
que en la fronda del tiempo anda perdida.
Espectros de la carne en su derrota,
se acogen al sagrado de la carne,
que en deserción de sí no los ampara.
pabilos sin fulgor de inteligencia,
arden a fuego extinto en su hendidura,
ascuas de quienes fueron, balbucientes.

Isla del fin del mundo, conmovidos,
vemos flotar en pasmo la vejez,
a la lunar deriva del asombro.
Nos resulta del todo inconcebible
nuestra decrepitud, nuestra mudanza
hasta desconocernos en nosotros
y en nosotros errar entre lo ajeno.

Cómo subsiste ciega la energía
en su impúdico afán de propagarse.

Madre senilidad, nunca te amamos.
Madre senilidad, no te amaremos.

Qué frágil, en su ser, la fortaleza.
Qué sólido el vivir, de sumo frágil.

 

 

Del libro: Metales pesados.

© Carlos Marzal   

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15
octubre 2002

Carlos
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Servidumbre de paso

En nuestra sumisión nos consumamos,
en nuestra servidumbre nos crecemos,
vivimos a compás,
en la angostura de un andar errátil
que nos da la amplitud,
                                       al comprender
la bella anomalía de este viaje.

Nómadas en esencia,
muchedumbre
que cruza en extravío
del uno al otro lado de nosotros,
polizones
en la nave del mundo,
huéspedes
al amparo de nadie,
en deuda con la vida, que está en deuda
con el secreto amor que profesamos
a todo trance siempre hacia la vida.
Apátridas por fuerza en nuestro espíritu.

A la buena de un dios en descalabro,
clandestino de mí,
pobre de qué.
señor de dónde,
en un inacabable deambular,
al arte por el arte
de estar vivo.

Un vaso de agua fresca al transeúnte,
un pedazo de pan al vagabundo,
un puñado de sal al peregrino,
que voy en trashumancia,
que voy de merodeo
,
voy de paso.

 

 

Del libro: Metales pesados.

© Carlos Marzal   

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