Te
moriste en París con aguacero.
Temprano era el recuerdo que tenías
de aquel día cantado donde un hombre
acorta su presente humano y serio.
Te
moriste en París con aguacero.
El verso era sencillo como un juego
que los niños componen en la calle
bajo los estribillos más ingenuos.
Te
pegaban con palos y con sogas.
Los días jueves y los huesos húmeros
lo vieron todo y no dijeron nada.
La soledad, la lluvia y los caminos
fueron también testigos que callaban.
Tú nada les hacías, buen Vallejo,
pero aún así te daban y te daban.