13
julio - agosto 2002

 

Jorge
Rodríguez

 
  Hidalgo


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Poemas de

 

La sobriedad
de la distancia

.

INSTANTE FÁUSTICO

CONOCIMIENTO

LA SOBRIEDAD DE LA DISTANCIA

MANSIÓN VACÍA

LOS ÚNICOS DÍAS DE LA ETERNIDAD
DE A. TELLO

DE LA CLEMENCIA SENIL

DE TI, DE MÍ

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13
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Poemas de La sobriedad de la distancia

 

INSTANTE FÁUSTICO


Ensayo la dicha invocando
una memoria sin signos:
pasado sin luz,
pasaje extenso desde donde me miran
los mundos tumultuosos
que me nacen ahora falsamente
y se instalan en este postergado silencio.

Cuanto en mi memoria es
sólo será en un instante.
Ir hacia delante
es volver del revés
la memoria,
borrar, felizmente, el vestigio
de la esperanza.

 

© Jorge Rodríguez Hidalgo  

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Poemas de La sobriedad de la distancia

 

CONOCIMIENTO

A Francisco Coronado


Nacemos al conocimiento en pleno naufragio.
Vivimos en el conocimiento como en tempestad.
Morimos de desconocimiento como de hombres no vivimos.
Vida, vida, más vida: eso es conocimiento.

 

 

 

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Poemas de La sobriedad de la distancia

 

LA SOBRIEDAD DE LA DISTANCIA


A Javier Expósito Soriano, donde esté


Recuerdo cuando me regalabas
una carta, dos cartas, cientos de cartas,
y mis "oh" se relamían de gozo
presintiendo la amistad como un orgasmo.

Recuerdo tus alhajas -una,
cien, mil palabras.

Recuerdo tus nombres y tu nombre:
recuerdo que estabas, pues no estabas.

Te recuerdo memorable en el olvido,
partido por la espalda, escondido,
escindido en el matasellos.

Recuerdo el hartazgo de signos,
que no eran palabras.

Recuerdo el corazón vencido -trujamán exhausto-,
perdido, enloquecido en tus anchuras,
infesto acaso tras tu leve roce
de manos, desmayado placer
que derrotaba la distancia.

Recuerdo el altorrelieve del silencio
que, azul o negro, llegaba como imagen,
como sueño, sobre la nívea patria del deseo.

Recuerdo cuando me regalabas
una carta, dos cartas, cientos de cartas.

Recuerdo cuando me ofrecías
el amor, los amores, todo el amor,
y el vino sabio de la esperanza
que nos emborrachaba de sobriedad.

Recuerdo tu savia de hombre en duda.

¡Cómo olvidarte si la distancia es encontrarte!

 

© Jorge Rodríguez Hidalgo  

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Poemas de La sobriedad de la distancia

 

MANSIÓN VACÍA


No hay reclamo.
Se yergue, infinita y dadivosa,
para ser, simplemente.
Hubo tiempos de vida azarosa,
de esplendente discurrir,
y hubo tiempos de hambre, como ahora..
Y nada, nada oscureció
la piedra;
sólo un atisbar famélico, humano,
descubrió su presencia antigua.

 

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Poemas de La sobriedad de la distancia

 

LOS ÚNICOS DÍAS DE LA ETERNIDAD
DE A. TELLO


Anoche soñé que montaba un potro blanco y
que galopaba por los andurriales periféricos de una
ciudad que suponía abandonada.
De Los días de la eternidad, de A. Tello



(En la calle de Buenos Aires,
junto a "Pescados Videla",
la madrugada regentaba nuestra desolación
y ordenaba el caos de la amargura
que, sin saberlo, por el Atlántico
avanzaba hacia nosotros.)

Aire y nubes; miedo y angustia
y una vaga idea de las Indias colonizadoras...
Tal era tu bagaje
cuando del Nuevo Mundo llegaste
al mundo nuevo;
fueras Antonio, o Rafael,
o aquel Julián Tapia que siempre llegaba en el pasado,
llegaste con la muerte en los talones
-que era mucho entonces-,
cuando la voluntad era privilegio de héroes
o atributo de traidores
y Cary Grant estaba a punto de morir gracias a Hitchcock.

De golpe, inauguraste el mundo.
Aquí estábamos los indígenas
esperando que alguien nos dijera
que estábamos en tierra.
Viniste antonio -que es el nombre del hombre solo.
Viniste antonio, sí,
porque llegaste antonio,
sin prisas,
pues el tiempo no existía,
a pesar de que todo era tiempo entonces.
Llegaste con la muerte en los talones
-esa muerte que sólo a los poetas acecha.
Y vinimos a nacer en tu retina,
mientras el tiempo, que todo lo cubría, era aún extranjero.

La tez bruna, negro, no eras argentino
aunque argentino fueras. Eras poeta, ¡qué desgracia!
Te vimos antonio, Antonio;
te vimos llegar, te vimos merodear por la conciencia
de los que no piden espacio -ese lugar extraño-;
te vimos llegar
poniendo boca a la desesperación
de quienes no sabíamos de qué desesperábamos.

Y nos trajiste el argumento.
Fuiste Homero, con tus dedos
sonrosados por una aurora
de esperanza
que ahora nos parece arrogancia.
Nos asignaste tus atributos de hombre
para que, como personajes reales,
viéramos tu ficción de hombre
removido por el sueño a sangre del pasado.
Y nosotros, Ulises o Aquiles de ti
-porteador de la amargura-,
nos empeñamos en la obra
de tenerte siempre como padre,
o tal vez como el viejo
que nunca se despidió de ti
porque toda la muerte estaba aún por vivirse.

Ahora, ungidos de la sustancia del tiempo
-de tu tiempo detenido en la eternidad-
nosotros, los elegidos,
queremos salir de ti, antoniotello,
para disponer el silencio a tu manera,
un silencio por donde galope el potro blanco
entre hombres fabulosos
que te recuerden que el mundo
es nuevo, a pesar de todo.

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Poemas de La sobriedad de la distancia

 

DE LA CLEMENCIA SENIL

A la muerte de mi padre, aún vivo


(Avanzadas ya las lágrimas por ti,
¿dónde tu muerte?)

Te callaste a traición
y nos hincaste la orfandad en los oídos
para que aprendiéramos a escuchar con el corazón.
Pero no supimos.
Sólo alcanzamos a imaginarte ausente
(¡ausente tú, que nos bailabas los ojos con tus gestos imperfectos!);
sólo imaginamos alcanzar la vida (¡tu vida!)
con los pasos de la cordura.

Te callaste a traición
y nos dejaste ciegos
para que aprendiéramos a ver con el amor.
Pero tampoco supimos.
No supimos verte
porque no sabíamos qué era la vida,
y, sin embargo, te dispensamos el trato de la muerte.
(Muerte arriba, muerte abajo...
¡Y tú sin dejar de moverte!)

Entonces, ¿de quién, de qué esperaremos
el primer gran acto de silencio?
Estamos llorando el eco de tus palabras,
la mudez presente que como afrenta
nos dejas con premura.
Te estamos llorando mientras nos miras
y sonríes antes de tendernos esas manos
de nadie, esas manos calientes
que no nos bastan para saberte entre nosotros.
Pero nosotros, ¿dónde estamos?
¿Qué somos? ¿Acaso diminutos e inconscientes
dioses que deciden lo que no está en sus manos?
Déjanos mirarte una vez más.
Sé clemente con nuestra demencia
y líbranos de la cordura.

Dinos: ¿qué sopor es ése? ¿Qué ternura
se resiste en tus labios?
¿Qué movimiento endereza tu cuerpo
cuando se yergue el cuerpo que nosotros vemos?

¿Por qué sentimos este frío
que a ti no te atenaza?
¿De qué lado está la muerte?
¿A quién ha fulminado?

 

© Jorge Rodríguez Hidalgo  

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Poemas de La sobriedad de la distancia

 

DE TI, DE MÍ


No calcinan tu boca
los magmas velocísimos
de entrañas que, como apuesta
del tiempo, apuran la angustia
de la finitud.
(Soy temporal, ansiedad de muerte
-sólo una idea sin carne-,
y me asola esta desértica
sensación de mirarme
al espejo y no ver nada ni a nadie.)

En tu boca y en tu mente
presumo un mineral sin nombre.
Y mis nombres deambulan
frenéticos, sin carne ni mineral
en que obrar el prodigio de la invocación.

Oh, te invoco mil veces,
seas quien seas. Muéstrame
por fin el rostro de la verdad,
pues una galerna de desamor
se está llevando mis velas.

 

© Jorge Rodríguez Hidalgo  

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