YESTERDAY
BLUES
Escribo,
escondido entre rocas, contrahuellas.
Ignoro dónde descansan las sandalias del mar,
sobre qué columnas afirma sus versos de salmuera
que a mi boca llegan como caballos de fuego. Versos
que estallan en mi retina como una confesión a quemarropa,
sinceros y fieles al final de una larga noche en vela,
de una escena anónima de milonga triste y abandono.
Con
las manos de ayer trazo un círculo
alrededor de mi sombra rasa. La brisa
huele a madera vieja y bandada de algas,
a prisión de madrugada en los ojos enrojecidos
que buscaron su reflejo en la transparencia del agua.
La brisa conduce su tropel de humedad
a través de mi piel de crudo pergamino,
sonsacándome el frío de las horas perdidas,
las épocas donde la locura habitaba mi sangre
y una onza de rabia latía
sobre la flor amarga de la herida,
sobre la mínima luz que no ilumina
la alta bóveda de la oscuridad y el miedo.
La
luz naranja del amanecer anuncia mi fragilidad,
me descubre sentado al borde del mar,
con una rama de pino en las manos,
el rostro escondido sobre el pecho, el silencio
estallándome a borbotones por el alma
con su idioma de sangre,
desbocado, salvaje, libre y veloz.
Escribo
mis voces con huellas de gaviota,
con las últimas fuerzas de este combate
contra mí mismo, forzado a cantar mi derrota
con la garganta ronca de las caracolas.
Olvidar
es descalzarse en silencio,
arrojar sobre las ruinas la danza de las huellas,
rasgar todas las páginas desde la edad temprana
y hallar que no se tiene un lugar en el tiempo
ni un espacio en la tierra
donde recitar las horas que perdimos
nadando en el interior de la tormenta.
Olvidar es morir
y morir es quemar la memoria.
©
José
Luis García Herrera
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